Vilipendio de la cultura
Entre nosotros es lugar común asegurar que alguien culto es
inteligente, y no solamente eso; sino que, “en occidente, desde la antigüedad
clásica al humanismo renacentista, incluyendo el cristianismo y la llamada
ilustración, se ha convenido en que una persona culta también es compasiva,
empática, solidaria, amable y quizá hasta sabia”. Este enorme error de
apreciación ha traído consigo una serie de malos entendidos.
Por otra parte, y acaso a raíz de la imposibilidad de la
mayoría de las personas para adquirir cultura, que involucra el ocio suficiente
para leer, el dinero adecuado para viajar, y contar con los pertinentes amigos
informados que nos alimenten de datos, se ha desarrollado la supuesta antítesis
de la cultura, que se basaría en el hecho de ser inteligente, tomada la
inteligencia como “las habilidades con connotaciones un tanto más científicas,
y como una característica casi fisiológica que puede medirse y cuantificarse”.
Así que esta se ha pensado y estudiado sobre todo como una cualidad inherente
de la especie. Concluyéndose que nuestra inteligencia es resultado de la
evolución y, por lo mismo, todos los individuos la tienen.
¿Tendrá esta inteligencia algo que ver con las malas
decisiones tomadas y que resultaron en el accidente en que pereció el equipo
Chapecoense? ¿ En la falta de previsión que derivó en la escasez de agua en La
Paz? ¿En la egoísta idea de los grandes proyectos que necesita destruir los
bosques y el medioambiente para lucrar ahora y destruir la herencia del
planeta? ¿En la estupidez insaciable de las guerras? ¿En las maneras en que
cada quien procura, sin importar que sea a costa de los demás, de la desgracia
de los demás, hacer más y más dinero? ¿La manera en que queremos ganarle al
semáforo? ¿La forma en que lastimamos nuestro cuerpo con excesos que a la luz
objetiva aparecen absurdos?
Inteligencia, cultura, intelectualidad han dejado al mundo
como está, y no parece ser el mejor lugar para vivir. Pues la ética hermanada con
la estética no siempre es producto de la cultura de la gente, ni de su
intelectualidad, ni tampoco de la denominada inteligencia.
Atiborrarse de información, o repetir como loros los
conceptos de otros, a quienes decimos entender, y seguir, no deja de ser una
soberana pérdida de tiempo.
La lectura es importante, pero no la restrinjamos al solo
hecho de descifrar los signos escritos; sino digerirlos, contestarlos
permanentemente, construir una posición a partir de la reflexión de lo que se
lee. No me parecería disparatado afirmar que se pueden leer las artes, la
naturaleza, la sociedad, el entorno. Así como se pueden leer los intrincados
movimientos de las aves o con una mirada algún destello del alma de quien nos
ama.
Desde muy niños se nos ha plagado de convencionalismos, de
teorías que repetimos hasta el hartazgo, ¿no decimos cada mañana los “buenos
días”, sin tener la más mínima intención de ese deseo? Así, hasta la situación
más compleja se la realiza de manera automática. El más culto, dirá: Sí ya
escuché en algún lugar algo de esto, me parece que fue esperando a Godot. Y lo
dirá acaso para que muchos queden perplejos y sin atreverse a saber quién es Godot,
menos Beckett. Cosa que sin duda, no tienen ninguna importancia, a no ser por
la reflexión que nos provoca.
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