Las dos orillas del río Océano
Este texto fue publicado en el Norte de Castilla, España, durante el XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos al que asistí en Salamanca.
Puede que nuestra cotidianidad, inmediata, precipitada y fugaz, venga desnuda de ayeres, y por ese circunstancial motivo olvidamos que las voces poéticas que se pronuncian tanto en España como en América son voces de una misma fuente, pero cuyas orillas tienen riscos, ensenadas y playas diferentes, sin dejar por ello de saberse que cada ola viene de alguna manera como respuesta a otras, lejanas y aparentemente distintas.
Puede que nuestra cotidianidad, inmediata, precipitada y fugaz, venga desnuda de ayeres, y por ese circunstancial motivo olvidamos que las voces poéticas que se pronuncian tanto en España como en América son voces de una misma fuente, pero cuyas orillas tienen riscos, ensenadas y playas diferentes, sin dejar por ello de saberse que cada ola viene de alguna manera como respuesta a otras, lejanas y aparentemente distintas.
En esta
lengua poderosa que se ha dado en llamar español, aunque yo la prefiero
castellano, que me suena a románticas torres de homenaje, llanuras insondables,
y batallas de quijotes, ha sucedido, sucede y sucederá la poesía, expresando
con gran fuerza la naturaleza de su decir.
Cuando
dificultosamente, trepado en una piedra, aprendía a manejar bicicleta, la
recuerdo negra marca Philips, la más pequeña que encontró mi madre en el
mercado de feria de la ciudad, que en Cochabamba se llama La Cancha, no pensaba
en Salamanca, pero si alguien me hubiese preguntado qué significaba para mí, hubiese
dicho que Salamanca era algo así como un lugar de palacios donde todo el mundo
sabía de todo, quizás por aquello de “Lo que natura no da Salamanca no presta”,
que uno de niño no comprende pero quizás intuye en su lejana piedad como eso
que es toda la enciclopedia, antes de darse de narices contra el piso por el
escaso control sobre el manubrio.
Así que
ahora vengo a un encuentro en Salamanca. Desprevenido me pregunto ¿Qué otro
nombre de ciudad puede albergar la palabra con todo su contenido? Entonces
comprendo que si el encuentro es la concurrencia de la palabra, Salamanca es el
sitio, Salamanca es el lugar.
Aquí vale
decir que éste no es una asamblea común, aquí se da cita la confluencia de la
sangre, y la reunión de los vocablos y sus verbos dichos en castellano, con
otros transmarinos que guardan dentro de sí el aliento de lenguas americanas,
el quechua, el aimara, el guaraní. Ya desde Gómez Suárez de Figueroa, aquel
cuzqueño, Inca Garcilaso de la Vega, donde el encuentro de la palabra se dio en
la sangre de un solo hombre, y brindó a las letras, en decir de Mario Vargas
Llosa, prosa bella y elegante; pero también sediciosa –al menos así se pensó en
su tiempo- y peligrosa, pues alentaba el recuerdo, o lo que es lo mismo
decretaba la muerte del olvido.
Así el río
Océano ha sabido llevar de una orilla a otra las maneras y los ricos tonos de
la lengua. Sabemos del poderoso encuentro entre Rubén Darío con los brillantes
jóvenes Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle Inclán, su amistad con Mariano
Miguel de Val como ilustración de cómo el
río y la fuente son uno como la lluvia, para rescatar de que cada encuentro
entre escritores guarda bellamente la amistad como una promesa, y finalmente
como un hecho magno.
En ese ir y
venir de las aguas del río, es precisamente Juan Ramón Jiménez quien va a
transcurrir veinte años en Puerto Rico, donde deja 150.000 documentos de los
cuales se calcula que un tercio es inédito. El epistolario contiene cartas a
casi todos los miembros de la generación del 27, a escritores como Antonio
Machado o Miguel de Unamuno, y del otro lado del Atlántico como Jorge Luis
Borges o el mítico Ezra Pound. Los poetas se dicen y se penetran. Este también,
el epistolario, es un encuentro que dice y rehace la literatura.
España en el Corazón de Pablo
Neruda, y España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo enciende el sendero
que nos recoge.Una guerra nos une, como siempre la sangre, la sangre derramada
diría Federico, nos regresa.
Lejos ya de esas dolorosas horas,
Salamanca ha sido lugar de los encuentros. Aquí la cita ha reunido poetas
singularísimos, como lo es el recientemente fallecido Álvaro Mutis.
No menos ardua es mi comisión, ardua
porque soy portador, como cualquier latinoamericano, de lo que se siembran en
esa orilla, bosque hecho de las poderosas voces de la América Latina de final
de siglo, Jaime Sabines, José Watanabe, Antonio Cisneros, Juan Gelman, Gonzalo
Rojas o Blanca Varela. Y de Bolivia, la fuerza poética de Jaime Saenz, Oscar
Cerruto, Blanca Wiethüchter, Jesús Urzagasti y tantos otros, pues mi país tiene
como fibra principal de la literatura, la poesía.
Aunque poco se sabe más allá de
nuestras majestuosas cordilleras y nuestras selvas amazónicas de los poetas
bolivianos, una revista española “El Cobaya”, no hace mucho, publicó entre sus
páginas poemas de tres poetas nuestros. Tan evidente es el aserto que
colocamos, que un diario de Paraguay, país vecino de Bolivia, afirmaba como
reacción a la dicha revista española: “La creación poética boliviana resulta
ser una sorpresa en los nombres de Gabriel Chávez Casazola, Gary Daher y Pedro
Shimose”; y quiero aseverar que ésta es menos que una muestra una grata
embajada, de todos aquellos poetas que aun no han sido convocados, y que la
lejanía de las fronteras ha puesto en bruma, pero que magníficos encuentros
recupera, como este de Salamanca, que gracias a la gestión de Alfredo Pérez
Alencart crece y se expande abarcándonos cada vez más en un abrazo de río.
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