Purgatorio II
Sufrir quemaduras, sentirse arrasado de dolor hasta que el ojo interior del miedo grite, saber sin saber del desmayo de las llamas. Imagen de los calcinados en las torres que erigieron los poetas sobre la llanura del tiempo y que asaltadas las derruyeron los días de una vida breve donde el poema no es más que precaria obra, versos inútiles. Viva es la sensación de su lengua. Arde y tortura.
¿Por qué, ahora, el fuego, que día antes no sentía, el mismo que con voz calma a Dante entregaba para llegar al Paraíso, hoy es en mí como aquella apremiante aurora que el herrero conoce porque doblega hierro, porque enrojece acero?
He sido abandonado. Yo que atento y diligente seguí las tareas de Beatriz, guiando al amado discípulo por las secretas tierras de los muertos, vengo a desandar llagado. ¿Qué premio es éste, permitirme mirar el Paraíso? ¿Por qué la Suprema Voluntad admitió que me deslumbrara el cielo de unos ojos, y despedirme infeliz para perderme en el regreso? ¿Qué pago es éste? Los condenados al infierno no debiesen ser fieles a nadie, no le deben a nadie, su destino está definido, pero seguimos paso a paso la ley de las voluntades que nos oprimen.
El viento de este fuego no purifica, sólo daña. ¿Sufrir para tener que alejarme de quién ancló su dardo? ¿Padecer para esconderme del amor? Tal la tortura de este sitio perverso.
Y mientras cruzo este valle en llamas, violenta mi alma se alza de un largo reposo para gritar el dolor de saber que la belleza hiere en cuanto se la conoce, y la dama que allí eché de ver tan de otro mundo, vedado y lejanamente hermoso.
Ya salí al fin de esta tortura de fuego, temblando me ha llegado el crepúsculo. De repente campanas llueven dando las horas de la noche.
Libre por un momento de los martirios que deja la roja pared del Paraíso, siento el alivio de recostarme sobre la hierba bajo el manto de agujas como ojos, ojos del Purgatorio, brillantes estrellas de su bóveda, espíritus silentes que moran dentro del mundo de los muertos, pupilas de la enorme casa que nos rodea: misteriosos, implacables, carceleros. ¿Son por ventura almas que miran desde la Gloria? ¿Echa de ver, acaso, Matilde, mi errar sufrido, mi oscuro regreso al exilio de palabras con los poetas cautivos? Nada dice que fuera lo contrario. Sólo el sueño, el único amigo que queda, hermano del olvido, de repente llega y nado entre sus aguas como pez recién nacido, escondido entre las grutas de su agua bendecida.
¿Por qué, ahora, el fuego, que día antes no sentía, el mismo que con voz calma a Dante entregaba para llegar al Paraíso, hoy es en mí como aquella apremiante aurora que el herrero conoce porque doblega hierro, porque enrojece acero?
He sido abandonado. Yo que atento y diligente seguí las tareas de Beatriz, guiando al amado discípulo por las secretas tierras de los muertos, vengo a desandar llagado. ¿Qué premio es éste, permitirme mirar el Paraíso? ¿Por qué la Suprema Voluntad admitió que me deslumbrara el cielo de unos ojos, y despedirme infeliz para perderme en el regreso? ¿Qué pago es éste? Los condenados al infierno no debiesen ser fieles a nadie, no le deben a nadie, su destino está definido, pero seguimos paso a paso la ley de las voluntades que nos oprimen.
El viento de este fuego no purifica, sólo daña. ¿Sufrir para tener que alejarme de quién ancló su dardo? ¿Padecer para esconderme del amor? Tal la tortura de este sitio perverso.
Y mientras cruzo este valle en llamas, violenta mi alma se alza de un largo reposo para gritar el dolor de saber que la belleza hiere en cuanto se la conoce, y la dama que allí eché de ver tan de otro mundo, vedado y lejanamente hermoso.
Ya salí al fin de esta tortura de fuego, temblando me ha llegado el crepúsculo. De repente campanas llueven dando las horas de la noche.
Libre por un momento de los martirios que deja la roja pared del Paraíso, siento el alivio de recostarme sobre la hierba bajo el manto de agujas como ojos, ojos del Purgatorio, brillantes estrellas de su bóveda, espíritus silentes que moran dentro del mundo de los muertos, pupilas de la enorme casa que nos rodea: misteriosos, implacables, carceleros. ¿Son por ventura almas que miran desde la Gloria? ¿Echa de ver, acaso, Matilde, mi errar sufrido, mi oscuro regreso al exilio de palabras con los poetas cautivos? Nada dice que fuera lo contrario. Sólo el sueño, el único amigo que queda, hermano del olvido, de repente llega y nado entre sus aguas como pez recién nacido, escondido entre las grutas de su agua bendecida.
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