viernes, febrero 19, 2010

Alcancía de Job

Desde su reciente reinauguración en el centro comercial Casa Design Center de la Av. Bush y Tercer Anillo Interno, la librería El Ateneo ha despertado un renovado interés a causa de que, además de su variada oferta de libros, ha instalado un escenario, sillas de auditorio y varias mesas de café para actividedes culturales, especialmente relacionadas con la literatura.

En ella, ayer por la noche nos reunimos para presentar a dos escritoras chilenas. La narradora Cynthia Rimsky y la poeta Nadia Prado. La actividad se inició con la intervención de Emma Villazón quien, además de presentar el hoja de vida literaria de cada una, leyó un comentario escrito sobre la última novela de Cynthia Rimsky "Los Perplejos". Luego, la propia Rimsky leyó algunos fragmentos de su obra causando muy buena impresión en el público que asistió y permaneció interesado.

A su vez, para presentar a la poeta, Gary Daher leyó una aproximación a la obra de Nadia Prado, la misma que denominó "Alcancía de Job". Para complementar, Nadia Prado leyó textos inéditos y recientes, sacudiendo al público que seguía atento las lecturas. Finalmente se instaló un coloquio sobre las autoras que respondían a las preguntas de los presentadores y del público.

Vino bien el acto en medio de los libros que colmaban los anaqueles, los eventuales y discretos compradores entrando y saliendo sigilosamente, alguno cargado con paquetes, la gente también oyente en las mesas con su café humeante y el mayor público en platea pequeña pero llena rodeando a los cuatro participantes.

Una noche sobresaliente en la Santa Cruz de la Sierra cultural.

A continuación copio el texto que presenta la obra de Nadia Prado:

Alcancía de Job

La multiplicidad de lecturas que nos presenta la poesía tienen que ver con los espíritus que descifran, que es una manera de interpretar el universo, acaso si no la más cercana, la más conmovedora forma de acercarnos a la verdad. Ese variado entretejido está hecho no solamente del código descifrado sino de las distintas hebras, colores, matices e intensidades que cada poeta ha logrado tejer. Nadia Prado nos presenta una, nada trivial, más bien compleja y –yo diría- feroz mirada.

Cabe recordar como antecedentes de este proceso poético los espacios creados por Alejandra Pizarnik y Clarice Lispector, en una aparente poesía intimista que devela y muerde cuestionamientos existenciales relacionados con el cuerpo, la palabra y la vigilancia permanente de los procesos vitales.

En los tres libros que hasta ahora la poeta ha publicado: Carnal, 1998; Copywright, 2003 y Job, 2005 los temas poéticos están planteados más bien en forma de prosa. Prosa que sin embargo recuerda el aliento de los versos, dada su concisa construcción, hecho de un acezar silábico. Una extraña belleza nos acecha en la ráfaga de textos que inclementes atacan tanto a su autor como a todo lector que se atreve a desgranarlos.

La Batalla
El distraído lector podría sentir que el origen de este río textual nace del deseo, del desamor, o de la pasión inmanejable, pero en la medida en que caemos en el campo de batalla, planteándose la lucha entre el cuerpo y la palabra, la clave se levanta con el signo del escriba. Es el artífice de las palabras el cultor del escenario, el inventor del deseo, el modelador de la carne.

Este escenario se instala en la hoja de papel, en el registro de la palabra escrita.

Cada vez que escribo me alejo, dejando atrás lo que más quiero. Mendigo por lo que no tengo y que por voluntad he desechado. Lo que trazo en cambio, tiene un poder de voluntad propia ante todo.

Parecería que el texto viaja acaso en busca del alivio de la carne: No quiero trascender sólo deseo aliviarme.

Pero estas palabras deben ser escritas en el mismo cuerpo, lugar de la miseria, lugar del abandono. Aunque en ese espacio, en el espacio del cuerpo, la derrota esté señalada. Soy la hoja que cae, se oye en uno de los versos.

Estas palabras inscritas en el cuerpo son palabras [que] cogen desprevenida a la razón.

En mi cabeza no ceso de escribir,
nos dice. A pesar que las palabras no dan paz; pues la pasión es un clavo que agujerea.

A esta altura, juzga al lector que en el discurso de Nadia Prado hay una necesidad de transformación del cuerpo físico, del cuerpo indomable, que se quiere alivio textual, ¿cómo me aproximo desde la palabra escrita? … la carne se niega, la carne es otra, otra, aparte de mí. La maldad se devora a sí misma. Y el lenguaje emerge como un sedante.

Esto hace que la poeta se aferre a esa tabla de salvación, que en realidad es desde donde habla, una extraña fe –de la que después renegará- la sostiene: Ruego, porque el lenguaje pueda más que todo.

Ese lenguaje es sagrado, y así debe conservarse:

No quiero que nada adultere mi lenguaje, no merece la huella dactilar pactada en la ligereza verbal.
Deseo suspenderlo, y únicamente sedimentarlo, en el eje de la carne que soy.
Sangre por sangre, que entre y salga, no negociado.

Porque la carne sin el verbo es pecado. He pecado y el pecado es riguroso y carnal, afirma como queriendo levantar claramente los linderos que separan al que transita la experiencia del otro que la escribe.

Y esa es la pena, la tortura, que no se recuerda ni dónde empezó:

[…], porque la mano me tiembla como a una alcohólica cuando no escribo.

El Escenario
Aunque no se lo recuerde, esta batalla tiene lugar en la provincia.

¿Y qué es la provincia? Puñados de gente, un pozo profundo y palabras en él.
Chile es claro, oscuro, pequeño, pequeño y oscuro, claro es pequeño, oscuro es inmenso
.

En esta provincia ha sucedido el cuerpo, y como tal con hambre y con frío.

Ahora el hambre y el frío me parecen pensamientos. Ahora el recuerdo le cuenta a mi cabeza quién era yo, aunque el hambre y el frío parecían inmensos.

Todo en Nadia Prado supone retornar al mundo imaginario de lo escrito, de dónde parece surgir, no de la cotidianidad, no de la historia del cuerpo, sino de la raíz del lenguaje:

Comía, soñé que comía.
Comía, pensé que comía.

Al primer mordisco la luz acaeció y pude ver mi cara con el brillo resplandeciente de los huesos que rebotaban en mis ojos cuando miré las manos y el pedazo de alimento.

La provincia, ese mundo exterior que encarcela, es un mundo que encierra con una economía de hierro: Con monedas comíamos, con monedas nos vendíamos.

La Máquina
Aquí se hace necesario el trabajo, la actividad cotidiana. El poema se abre como una flor, entregado a la urdimbre humana.

Escuchemos esa cotidianidad a través de este poema:

Así,
el cuerpo recogió sus huesos y levantó la espalda del catre a las 5 de la mañana, comenzó su rutina a las 8. Antes hubo de recorrer el pavimento que como lengua impiadosa lo llevaba al túnel de la producción.

La producción, la economía, la labor, se oyen como si fuesen el motor de la obra de Nadia Prado. Quien nos regresa al origen de esa preocupación, pues tiene que ver con la madre dedicada a la costura. Aquí el sobrevivir es la cadena del esclavo –todos lo somos- que tiene que trabajar para subsistir. Todavía escucho la aguja que traspasó la vida de mi madre.

De una manera inopinada Decir es comer, callar es hambre. El alimento del decir, del pronunciarse, aunque también el mundo de los que escriben para recibir un salario. Es la realidad, la dura realidad. No recuerdo cuándo dejé de jugar y me sometí a la realidad.

En Job oímos el retrato que hace de esa máquina que trabaja, muere y vive como una sorprendente rocola, pues

las cosas ocurren en la vitrina
no podemos entrar en la vida
no basta el convencimiento de que se vive.
[…]
Se vive tras las monedas
que entran en la cabeza
en el agujero que nos hizo la vara mágica de Dios.


Entendido aquí Dios, como El Sistema. La enorme máquina que ha construido la así llamada civilización humana para su conservación, mirada desde el individuo como injusta, brutal y retorcida.

¿Y el cuerpo? El cuerpo es el utensilio, un poder perverso y sagrado. Es secreto sacrificarlo, devorarlo y venderlo.

El Paisaje
En la palabra escrita está el origen, la muerte y el fracaso. Pero para qué tanto decir, para qué tanto hablar si nadie se entiende aunque tantas palabras se digan.

El que dice, dice del mundo interior y del paisaje. Del primero no hay certeza de que alguien entienda, pero queda el paisaje. Un paisaje [que] cambia mil veces y aunque no cambiara las palabras lo harían cambiar.

A causa de este movimiento desde la palabra, a causa de esta construcción desde la palabra, las experiencias deben vivirse intensamente para que se fijen. No se puede aprehender el mundo simplemente con nombrarlo, debe ser vivido:

Me recuesto a pensar en la cordillera. Nadie la ha visto. Soportar por varios días el frío es verla, y la cordillera es frío, el alma es frío, nadie se ha abrazado feliz a su alma.

Este es el sueño continuo de la palabra escrita. En él se ha reescrito el cuerpo y el verbo. De ese sueño, Calderón avisado. No despierto, sólo imagino que despierto.

Gary Daher
Santa Cruz de la Sierra
18 de febrero de 2010
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