martes, diciembre 29, 2009

Tambor

Es fin de año y la gente suma sus desgracias para ponerlas en un atadijo y hundirlas en un mar de champagne, fuegos artificiales y ruidos de petardos. Tienen los ojos puestos en el 1 de enero, como si por arte de magia del calendario un viento huracanado arrancara los fracasos y levantara la tierra plagada de promesas de amores y dineros y viajes y puertos imposibles de entre las horas. Eso buscan: rasparse y rascuñarse con noches interminables de lujuria. Una lujuria hecha de piernas, comodidades y cambios intempestivos de color de cabello, de ojos, de uñas, de peso. Quieren el paraíso pero no para ellos, no para el guiñapo de cuerpo que tienen y desprecian. Lo quieren para el cuerpo que descubrieron en la última revista de Poder y Placer. Un cuerpo de otro.

He revisado los días del 2009, no difieren fundamentalmente de otros años, salvo por el cuerpo. El cuerpo que sufre su transformación, su dramático paso hacia la muerte. Pero, uno se preguntará, ¿y la vida? Sí, estuvo de visita. En los intersticios del minutero se coló como disparos de nieve en el corazón desaforado. ¿Quién atendió a su llamado?

Si me detuve a contemplar con gran cariño el ascenso de un caracol por el naranjo de la huerta, un día de septiembre, acaso hubo un destello de lo que ese disparo quería decir. Y una noche, agobiado por la enfermedad, inerme e inane, desmayado por la extenuación, la mano de la amada, que con gran ternura te transmite que no estás solo. Un rayo poderoso de vida. Tampoco olvidar, el leve temblor del pétalo antes de arrancar la rosa, sin saber si fue el rocío, una brisa repentina, o el amor del rosal dispuesto ante tu mano.

El resto está en los noticieros: hambre del poder, vanidad de la piel, violencia en todas sus formas, la implacable invasión de la tecnología y cháchara interminable de la estafa y la mentira. Mientras todos se ocupan sin darse descanso en conocer y dar a conocer el último chisme que circula por el facebook, desnudándose ante el mundo sin presentir su descarnada figura.

Entro al 2010 y tengo fe en la linterna. Dios quiera que descubra entre los árboles de su bosque los frutos que señalen la ciencia de la vida.

Y la fuerza que nos trae la literatura, no la de la pancarta, no la de los efectos (defectos) especiales, modernos, posmodernos, apabullantes, sino aquella que nos devuelva la posibilidad de bordar como un artesano bellamente el mensaje. Acaso una obra de teatro sobre un rey implacable –ya en ciernes en mi mente-, y un par de cuentos para niños. Ojalá los encuentre. Ojalá encuentre la voz de aquellos niños.
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