viernes, enero 15, 2010

Ciudad Doliente


He borrado varias veces lo que intentaba escribir en este blog. Ahora no. No me interesa borrar, aunque me ruborice de lo escrito. Las palabras escritas se levantan como una vergüenza. Impresas producen una espantosa inmovilidad, esa postura de juez de mis actos. Allí están esas palabras que no reflejan lo que hubiese querido decir. Y se acomodan de tan mala manera que molestan a mi vista. Es espantosa la sensación de tenerlas con esa torpeza. Pero las dejo, les permito esa vida que ya no es la mía, ese aborto de vida que llevará inevitablemente mi mediocridad a cantar a todos los vientos la melodía, esa canción con la que nací y que no me la puedo sacar ni con piedra pómez.

Pero aún me digo que tengo que escribir, como si se tratara de un destino, cuando es como una expiación. Una extraña penitencia como la que sufre Paolo en el círculo de los lujuriosos, condenado al suplicio aunque al lado de Francesca, el ser amado. Yo llamo a ésta literatura.

Así los hombres buscamos engañar a la muerte. ¿Quién golpea el cincel? Marcan los tiempos, los dientes de los días hincan sus molares. La historia no es más que huracán que se instala entre las horas. Se oye pasar la carreta. Hay un terrible silencio y luego un gran aullido.

Y escribo: La muerte se ha instalado en Haití.
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