miércoles, mayo 06, 2009

Mentira virtual

En el curso de los últimos años, la tecnología ha permitido un nuevo espacio de convivencia, lugar que no existe sino en la posibilidad de contactarse con otro a través de la palabra escrita y el intercambio de imágenes digitales. Este curioso espacio, denominado virtual en atención a la figura que nos dice que tiene existencia aparente y no real, permite entre otros muchísimos deslices, la entronización de la mentira. Hecho que alguien podría designar como mentira virtual.
Pero antes de sumergirnos en el debate de este escandaloso término, debemos preguntarnos seguramente qué es la mentira, y a qué nos referimos con esta voz.

Una primera aproximación diría que la mentira es el uso intencional del lenguaje para ocultar hechos, conclusiones o dictámenes que para el que dice la mentira son parcial o totalmente verdaderos. En ese sentido, entonces, la mentira sería el uso dañino de la palabra.

Ahora bien, siguiendo las ilustraciones iniciales, alguien entiende como virtualidad una zona digital en la cual las personas reales se esfuman, no en el sentido de desaparecer, sino en el sentido de hacerse más sutiles. La persona virtual no es evidente y su identidad está disfrazada a través de pseudónimos, imágenes imaginarias, distintas o distorsionadas de sus rostros, en fin, hay un nivel de anonimato en la virtualidad que lo transforma en un individuo sin mayores obligaciones, pues existe un alto nivel de impunidad en la virtualidad.

Si se reflexiona, podemos inferir que el mundo virtual presenta un desafío adicional al mundo llamado físico. Este desafío está relacionado con la liberalidad que existe en este espacio. Podemos asumir entonces que en el mundo virtual las leyes son más reducidas que en el mundo físico. Esto exige del usuario ético una mayor responsabilidad, una conciencia más elevada, pues quien vive sujeto a menos leyes, éticamente está comprometido a contar con una norma de conducta superior a la que generalmente está impelido. Pero aquel que se dice: “albricias, aquí se permiten más libertades que en el mundo físico”, se transforma en un delincuente virtual, incapaz de la ética y de la convivencia honorable.

Como estos asuntos son de largo debate, me limitaré a indicar que la ética y la palabra deberían obligar al individuo a comportarse lealmente consigo mismo y con los demás sin importar el espacio en el que se exprese, de manera tal que el otro pueda ir dibujando con quién se las ve esencialmente a través de los juicios o expresiones que realiza. En este sentido el darle un calificativo a la mentira: virtual, piadosa, de defensa, etc., solamente es un modo de torcer algo que es básico: la palabra es nuestra principal sacralidad como acto, y ésta por lo tanto debe exigir el mayor esfuerzo para hacerla verdadera. El resto es mentira.

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