domingo, febrero 22, 2009

La salida del carnaval

En estos momentos en que las bandas han invadido las calles, los cohetes revientan por todas partes y las máscaras se han enseñoreado del agua, es necesario recordar algunos elementos poéticos ligados a la fiesta. Acaso el más importante es aquél que se refiere al caos primigenio representado por el carnaval. Caos a través del cual debe pasar el alma humana a fin de poner en evidencia lo más oscuro e inferior, para que de esa manera brote el grotesco como si se tratara de ley que homogeniza ese desorden.

No obstante, en ese maremagno subyacen mitos ancestrales, que no son otra cosa que mitos universales intentando decir una lectura trascendente. Es notable, por ejemplo, que en Oruro el carnaval tome un sesgo diferente, tenga en sí una liturgia, y se imponga un orden devenido de la Diosa Madre, representada en la Virgen del Socavón, la virgen que es patrona de la vagina de la montaña. De esta manera, todo lo grotesco, lo demoníaco, lo invertido danza en honor a la virgen, para que el danzante llegado al templo, peregrine de rodillas hasta la imagen, no sin haber previamente decapitado al monstruo, simbolizado por la máscara de la que se ha despojado y con la cual avanza hasta los pies de la inmaculada.

Sin embargo, este caos, como todo caos es un génesis de donde nacerá el orden y la luz. Poéticamente, este hecho estará siempre ligado al amor. Así el carnaval, trasladado a ese espacio se transforma en material de trabajo para quien sabe recibir los mitos y ejercita la tarea de despojarse de las caretas y disfraces vislumbrando de ese modo la salida. ¿Qué orden será éste impuesto por el amor? Pues aquel que se produce gracias al encuentro del hombre y la mujer, en perfecta complementación, como en este poema de Víctor Hugo, que guarda valores primigenios. Léase como lo que es, el rito de revalorizarnos luego del caos.

El hombre y la mujer
(Victor Hugo)

El hombre es la más elevada de las criaturas.
La mujer es la más sublime de los ideales.

Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer un altar. El trono exalta, el altar santifica.

El hombre es el cerebro, la mujer el corazón; el cerebro fabrica la luz; el corazón produce el amor. La luz fecunda; el amor resucita.

El hombre es fuerte por la razón; la mujer es invencible por las lágrimas. La razón convence; las lágrimas conmueven.

El hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer de todos los martirios. El heroísmo ennoblece; el martirio sublimiza.

El hombre tiene la supremacía; la mujer la preferencia. La supremacía significa la fuerza; la preferencia respeta el derecho.

El hombre es un genio; la mujer un ángel. El genio es inmensurable; el ángel indefinible.

La aspiración del hombre es la suprema gloria. La aspiración de la mujer es la virtud extrema; la gloria hace todo lo grande; la virtud hace todo lo divino.

El hombre es un código; la mujer un evangelio. El código corrige, el evangelio perfecciona.

El hombre piensa; la mujer sueña. Pensar es tener en el cráneo una larva; soñar es tener en la frente una aureola.

El hombre es un océano; la mujer es un lago. El océano tiene la perla que adorna; el lago la poesía que deslumbra.

El hombre es el águila que vuela; la mujer es el ruiseñor que canta. Volar es dominar el espacio. Cantar es conquistar el alma.

El hombre es un templo; la mujer es el sagrario. Ante el templo nos descubrimos; ante el sagrario nos arrodillamos.

En fin: el hombre está colocado donde termina la tierra; la mujer donde comienza el cielo.

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