martes, marzo 17, 2009

Da Vinci, el Genio

La muestra itinerante que expone 200 réplicas de las obras de arte e inventos de Leonardo da Vinci llegó a Santa Cruz de la Sierra, nueva y secreta alcoba de cultura y ciudad en emergencia.
En una de las salas de las exposición esperaba una cámara de madera, a la cual solamente se permite ingresar una persona. El ribete indicaba: "Cámara de los Espejos". Penetré en la cámara. Adentro, ocho espejos arreglados en octaedro me miran por todas partes, me multiplican en segmentos. Desde el centro de la cámara miro, observo, cada uno de los recortes de la triste figura que hace mi cuerpo físico. Todas son dispares, diferentes, pero comprendo que son expresiones que aparecen cuando menos se las espera, abstrusos e malformadas tal cual son advertidas por los otros, comprendo, gracias al invento, que no me conozco. Cada una se multiplica a través de la cámara, en forma infinita, pero hay además un detalle, a medida que se multiplican se reducen de tamaño, se empequeñecen, no alcanzo a vislumbrar su final infinitesimal.

Así, la cámara de Da Vinci me muestra mi multiplicidad, aquella legión de la que estoy compuesto, mientras marca mi destino que es la nada, un grano ilusorio en la infinita y paralela monstruosidad de la cámara de espejos.

De repente, creo divisar una luz que cruza como un rayo, pero comprendo que no es más que otra ilusión de los sentidos, pues para que la luz nos traspase se hace necesario el silencio de la imagen, la extraña habitación de la cámara de espejos donde permaneceríamos sin reflejo alguno, o mejor con un solo reflejo: el reflejo de un único rayo azul que nos abarcaría –verdaderos- como un todo.

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