sábado, mayo 16, 2009

Las almas de Al Sarreit


En la isla de Al Sarreit la mayoría de las personas ha derramado su alma en un rincón público. Y esto es verdaderamente un gran descuido, pues debido a esa dejadez una gran parte de cada una de esas almas ha sido alimento de alimañas y ahora la persona, lisiada de ánima, ni por lo menos se da cuenta que ha olvidado de dónde vino, y no hay que preguntarle nada porque ni siquiera sabe quién es. En el estómago de las bestias una buena porción de sí sufre el destierro del despedazado.
¡Ojalá fuera ácida! ¡Ojalá se hiciera fuerte! Así podría ser vomitada, para que reunida nuevamente en el estercolero reviva bajo la luz del sol y vaya en busca del agua necesaria. Observar un alma entera y recién bañada es algo que sobrecoge. Acaso sea semejante al acto de verse a sí mismo en la distancia, lejano, como si fuera otro, desembarazado de sí, detrás de su destino.
Va de retro. No nos engañemos, en la gran mayoría de los habitantes de Al Sarreit, la tal está fragmentada. Contenida en los vientres de las muchísimas alimañas que se la devoraron. Muchos vieron cómo al latido de sus fauces hambrientas la desguazaban entre sus colmillos malhechores. Así cada pedazo se alojó cerca del hígado, para que se infecte con todo lo que el bicho come, y trasmine en sus olores, pobrecilla, mendrugo de alma, ya sin forma, ya sin nombre.
Pero esa pizca de alma es suficiente para dar al animal (por eso la buscan) una energía poderosa. Esto les permite vivir de la carroña que devoran. De allí su fuerza inusitada.
Las personas cuya alma ha sido descuartizada son alimentadas con la baba de aquellas bestias, esto con el fin de mantener los últimos pedazos de alma dentro del sujeto, y así aumentar la posibilidad de su alimento para seguir devorando. Cosa curiosísima, la baba contiene alucinógenos adictivos. Así las personas cuanto más toman de la baba más la quieren.
Algunos guerreros, muy pocos en realidad, se han podido reponer del engaño de la narcótica saliva y se han levantado ante esta depredación. Para luchar han tenido que forjar fuertes espadas de trabajado filo. Esto gracias a que han sabido leer la sabiduría antigua que enseñaba a encender el fuego, y templar estas magníficas armas. Esa tecnología exige una gran dosis de paciencia y entereza.
Con la poca alma que les queda se meten estos guerreros en medio de las jaurías. E inmediatamente son rodeados por aquellos animales que han devorado algún pedazo suyo, probablemente a causa del mismo sabor de alma que los mantiene. Esto sucede, como algún guerrero declaró, semejante a los asaltos de las hienas que no quieren dejar la presa que abandonada encontraron y rondan esperando tomar hasta el último jirón, obsesionadas. Los guerreros que han ejercitado la atención, cuanto uno de aquellos bichos se prepara para embestirlo, suspenden la respiración, así no parecen vivos y no los atacan, pero esto les da tiempo para observar las actitudes de las bestias y conocer con cuales se juntan, porque atacan en equipo.
Así, una vez las han conocido, pueden buscar el mejor perfil para de un solo tajo cercenarles la cabeza. Entonces, bellamente, el pedazo de alma queda libre y regresa hasta el corazón del guerrero que se robustece y está cada vez más fuerte para la pelea.
Raros en Al Sarreit son los grandes gladiadores, que se alzan con victorias cotidianas. Merece anotar, sin embargo, que no todos conocen el método. Se han visto aquellos que tratan de alejar a las bestias haciendo uso de piedras y palos, comprobado que esa práctica es inútil, resistirlos de esa manera es preparar una rotunda derrota. Aparte de aquellos, la mayoría vive ciego a esta terrible realidad, y si alguien se la comunica tampoco les importa. Al contrario, alucinados buscan la compañía de las bestias y su ahora deseado espumarajo.
Al salir de Al Sarreit, el perplejo visitante tiene la sensación de estar ante un extraña y hermosísima región abandonada a la suerte de los depredadores. Todas las ciudades grandes y pequeñas, tiene las calles inmundas. Duele ver tanta desgracia, sin duda, pero no parece que se pudiera hacer algo para ayudarlos. Apenas esperar que algunos guerreros venzan y que algún espíritu piadoso vaya con su galeón y los saque de tan ruinosa isla. Mientras tanto, los visitantes se imaginan que la guardia real no los destruye solamente por misericordia. Es indudable que tal espectáculo hace mal a la imagen del imperio, pero no hay nada que hacer. Aquí apenas se escribe este informe para su constancia y bitácora de viaje.

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