En el reino de las aves
Hace más de una decena de años en una visita a Trinidad, ciudad de la amazonia boliviana, en el Beni, tuve una experiencia singular. Bolivia, de vez en cuando, devela sus interiores, donde reside el país de la continua sorpresa. La singular variedad que nos reúne muestra los interminables matices de los rostros bolivianos, muchos de ellos luchadores, silenciosos, tercos, e iluminados por una fe que es una herida de luz en la oscuridad de nuestro largo y difícil parto.
Así que, en un apartado barrio de aquella ciudad, saltando barriales, entre las casas que parecen emerger del monte, me encontré en la casa de un personaje que me habían recomendado conocer. Inmediatamente ingresé en la casa descubrí que como parte de su modesta estructura cobijaba una biblioteca particular con cerca de 30.000 ejemplares, cuyo dueño había decidido ponerla a disposición, y con esto atender y ofrecerla al público. De repente, me hallé al centro de aquella magia, iluminado por esa luz de lo boliviano, esa luz generosa de lo que somos.
Adentro, con cierta modestia pero con gran practicidad, se ha dispuesto una mesa de lectura mientras alrededor aparecen los estantes y los libros. Pero la muestra no termina allí. Entre los libros, se pueden ver piezas arqueológicas recogidas en medio de la selva. “Esta pieza es quechua, dice, fue hallada en una tumba cerca de Santa Ana del Yacuma”. Y un misterioso silencio de siglos parece romperse, mientras uno mira con la imaginación a los soldados incas adentrarse en medio de la maraña, el manto verde y el olor de la intensa vegetación.
Daniel Claure Espínoza es un cochabambino, en aquel entonces llevaba casi setenta años. Formado en ingeniería no ha querido limitarse a la restringida arte de la tecnología. Buscador como es ha sido un gran viajero, así que conoce y admira la cultura europea. Pero su patria íntima, que trasciende a la de su nacimiento, guarda el viaje, que ha decidido sea el último tramo, misterioso de la selva boliviana y tiene corazón de agua. Ha recorrido el Beni, sus ríos, sus aldeas, la cara de sus indios. Conoce los secretos de sus chamanes, y las sendas que llevan al centro del bosque donde mora el espíritu de la madera. Pero principalmente conoce de pájaros. En medio de una prolífica producción de textos sobre ecología y defensa del medio ambiente, encontramos a un hombre cuya curiosidad sobre el mundo animal va más allá y transita los espacios de la investigación y de la ciencia. Todo con los pocos recursos que le brinda la jubilación. Así, su trabajo etológico nos introduce a la sala del gran abanico de pájaros, a través del cual sospechamos aquel divino viento cuya diversidad de seres alados habita la Amazonia. Carpinteros, petirrojos negros, arrendajos, azulejos, seboices, tochis y turpiales, cruzan sus páginas, insertando en ellas no solamente datos curiosos, sino lecciones que su enorme paciencia de observador ha dejado en un volumen que se llama “Los pájaros, algo más”, pero también de alerta ante la amenaza del hombre que descuidado ha abusado de la tecnología, desequilibrando la casa.
De estos seres está sazonada el alma boliviana. Personajes bajo el sol, o quienes escondidos entre las húmedas paredes de las casuchas en que viven, con los ojos alucinados, leyendo la enciclopedia británica, libro tras libro, y regresando al primero después de concluir los más de cien volúmenes. Otros quienes van en busca de riquísima literatura, escrudiñando entre líneas porque cree que allí se encontrará un día consigo mismo. El de la lupa, escondido documento tras documento, tratando de desvelar el pasado, que algunos llaman historia. El médico que trata de descubrir los secretos para quitar sufrimiento a la gente. El artista que sabe que en las piedras del pasado se esconde tras la amnesia del presente, la revelación de la vida. Esta es la singularidad de nuestro pueblo. Este es el universo que nos empuja.
En los límites interiores de nuestra gente, aparece la fuerza que es capaz de quebrar la monotonía de la sociedad con sus compromisos, la frívola farándula, y el rito de sentarse ante la pantalla del televisor haciendo zapin aquí y allá con el control remoto, las notas baladíes y chismes del facebook. Porque están los otros, aquellos que decidieron una ruta, una senda como desafío de sí mismos. No se trata, pues, de asistir de vez en cuando al teatro, haber leído un libro de moda, saber el nombre de aquel premio novel de literatura recientemente fallecido, Saramago, o sacar a relucir nuestra astucia al elaborar complicadas suposiciones sobre la vida, milagros y desgracias de algún artista de cine, de telenovela o de política. Se hace necesario tomar la espada, la vieja espada que buscaba el dorado, e ir, independiente y acaso a contrapelo de los avatares, para matar de una vez por todas la curiosa mentira de decir que no podemos - el faisán, por más nórdico que parezca, también puede esconderse inesperado entre las peñas y los bosques del sur, y ser por el modo de las plumas y el corazón, naturalmente boliviano- ; si no, veamos el ejemplo de Franz Tamayo, de Ricardo Jaimes Freire, de Gabriel René Moreno. Es necesario tomar nuestro destino a cuestas. La construcción de aquello que es nuestro, la madre de las madres, la patria que se nos escapa.
Así que, en un apartado barrio de aquella ciudad, saltando barriales, entre las casas que parecen emerger del monte, me encontré en la casa de un personaje que me habían recomendado conocer. Inmediatamente ingresé en la casa descubrí que como parte de su modesta estructura cobijaba una biblioteca particular con cerca de 30.000 ejemplares, cuyo dueño había decidido ponerla a disposición, y con esto atender y ofrecerla al público. De repente, me hallé al centro de aquella magia, iluminado por esa luz de lo boliviano, esa luz generosa de lo que somos.
Adentro, con cierta modestia pero con gran practicidad, se ha dispuesto una mesa de lectura mientras alrededor aparecen los estantes y los libros. Pero la muestra no termina allí. Entre los libros, se pueden ver piezas arqueológicas recogidas en medio de la selva. “Esta pieza es quechua, dice, fue hallada en una tumba cerca de Santa Ana del Yacuma”. Y un misterioso silencio de siglos parece romperse, mientras uno mira con la imaginación a los soldados incas adentrarse en medio de la maraña, el manto verde y el olor de la intensa vegetación.
Daniel Claure Espínoza es un cochabambino, en aquel entonces llevaba casi setenta años. Formado en ingeniería no ha querido limitarse a la restringida arte de la tecnología. Buscador como es ha sido un gran viajero, así que conoce y admira la cultura europea. Pero su patria íntima, que trasciende a la de su nacimiento, guarda el viaje, que ha decidido sea el último tramo, misterioso de la selva boliviana y tiene corazón de agua. Ha recorrido el Beni, sus ríos, sus aldeas, la cara de sus indios. Conoce los secretos de sus chamanes, y las sendas que llevan al centro del bosque donde mora el espíritu de la madera. Pero principalmente conoce de pájaros. En medio de una prolífica producción de textos sobre ecología y defensa del medio ambiente, encontramos a un hombre cuya curiosidad sobre el mundo animal va más allá y transita los espacios de la investigación y de la ciencia. Todo con los pocos recursos que le brinda la jubilación. Así, su trabajo etológico nos introduce a la sala del gran abanico de pájaros, a través del cual sospechamos aquel divino viento cuya diversidad de seres alados habita la Amazonia. Carpinteros, petirrojos negros, arrendajos, azulejos, seboices, tochis y turpiales, cruzan sus páginas, insertando en ellas no solamente datos curiosos, sino lecciones que su enorme paciencia de observador ha dejado en un volumen que se llama “Los pájaros, algo más”, pero también de alerta ante la amenaza del hombre que descuidado ha abusado de la tecnología, desequilibrando la casa.
De estos seres está sazonada el alma boliviana. Personajes bajo el sol, o quienes escondidos entre las húmedas paredes de las casuchas en que viven, con los ojos alucinados, leyendo la enciclopedia británica, libro tras libro, y regresando al primero después de concluir los más de cien volúmenes. Otros quienes van en busca de riquísima literatura, escrudiñando entre líneas porque cree que allí se encontrará un día consigo mismo. El de la lupa, escondido documento tras documento, tratando de desvelar el pasado, que algunos llaman historia. El médico que trata de descubrir los secretos para quitar sufrimiento a la gente. El artista que sabe que en las piedras del pasado se esconde tras la amnesia del presente, la revelación de la vida. Esta es la singularidad de nuestro pueblo. Este es el universo que nos empuja.
En los límites interiores de nuestra gente, aparece la fuerza que es capaz de quebrar la monotonía de la sociedad con sus compromisos, la frívola farándula, y el rito de sentarse ante la pantalla del televisor haciendo zapin aquí y allá con el control remoto, las notas baladíes y chismes del facebook. Porque están los otros, aquellos que decidieron una ruta, una senda como desafío de sí mismos. No se trata, pues, de asistir de vez en cuando al teatro, haber leído un libro de moda, saber el nombre de aquel premio novel de literatura recientemente fallecido, Saramago, o sacar a relucir nuestra astucia al elaborar complicadas suposiciones sobre la vida, milagros y desgracias de algún artista de cine, de telenovela o de política. Se hace necesario tomar la espada, la vieja espada que buscaba el dorado, e ir, independiente y acaso a contrapelo de los avatares, para matar de una vez por todas la curiosa mentira de decir que no podemos - el faisán, por más nórdico que parezca, también puede esconderse inesperado entre las peñas y los bosques del sur, y ser por el modo de las plumas y el corazón, naturalmente boliviano- ; si no, veamos el ejemplo de Franz Tamayo, de Ricardo Jaimes Freire, de Gabriel René Moreno. Es necesario tomar nuestro destino a cuestas. La construcción de aquello que es nuestro, la madre de las madres, la patria que se nos escapa.
2 Comments:
Hola
Le escribo desde españa, publicaremos este su comentario en un libro de mi padre que se va a publicar este mes aqui en Murcia, si no le importa claro esta, un cordial saludo
editorial ganesa alicante
Por supuesto, estimado Royclaure. Será un orgullo ser parte de un libro de su padre.
Mucho me agradaría saber el momento que esté editado. Le dejo mi dirección y mis coordenadas a continuación.
Atentamente,
Gary Daher
www.garydaher.com
cartas@garydaher.com
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