Las damas de Cwirco
Deslumbran las luces amarillas. Avenida Monseñor Rivero. La gente se abre en las mesas de las múltiples cafeterías que pueblan ese espacio que los cruceños han considerado su sitio de encuentro. Allí suceden. Los muchos quieren creerlos irrepetibles y cotidianos. Se podría aventurar que el rostros más citadino de la ciudad se devela tras su noche, trajinada y viva hasta horas tardías de la madrugada. El café Alexander es el botón de muestra.
En una noche cualquiera el visitante que se propone puede seguir los diferentes comercios que suceden entre sus parroquianos.
Si las amigas se encuentran se besan, con un solo beso en la mejilla como es costumbre en la ciudad. En las mesas se encuentran mujeres jóvenes, dedicadas al chisme cotidiano, generalmente poco agresivo, más de noticias que de maldad.
Apartados en una mesa que da al enorme ventanal que separa el café de la calle interior, un hombre y una mujer divorciados se encuentran para desarrollar sus proyectos de enamorados. Hablan de los estudios de los hijos de cada uno. Se esfuerzan en demostrar que no han fracasado del todo.
Tres personas de unos 45 años. Una pareja de orureños, el vecino de mesa lo sabe porque hablan de su ciudad como referencia de un lugar donde no se pueden realizar plenamente los mercados, se encuentra con un cruceño para hablar de comercio (Oruro es la capital del Carnaval, nadie piense que se trata de una ciudad de jolgorio, sino de trabajo, el esfuerzo del día a día para preparar la fiesta, la apoteosis de la danza, Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, santuario de la Virgen del Socavón, mitad mina mitad madre). Mientras la preparan y trabajan beben. Allí el alcohol compensa el frío y la melancolía por la ausencia de la celebración grande). Él es corpulento, camisa blanca. Ella, robusta, también de tez clara, se ve cómo aferra sobre su vientre una cartera negra. El otro interlocutor también es corpulento, pero más gordo, viste una camiseta deportiva roja de manga corta. Sobre la mesa han colocado una bolsa de papel madera de unos cincuenta centímetros, algo voluminosa, en la que se lee “Metagrill”, sin importarles que descompagina con la decoración de la cafetería, que ha intentado un cierto aire de elegancia en las mesas y los biombos, resaltada por los cuadros de la pintora argentina Mirta Cwirco –todos lo son- especialista desde su llegada en 1989 en pinturas con colores intensos donde aparecen mujeres cruceñas tradicionales, de tipoy, flores, mucha fuerza pero un aire de inocencia que nos recuerda al ambiente pueblerino.
A nadie distrae la espalda de un joven solitario, que probablemente espera a alguien, y que se demora, porque no parece tener otra opción, en mirar los cuadros colgados en la pared que da a su frente. Un hombre mayor, en el espacio exterior, formado por una amplia galería que da a la esquina de la avenida y la calle, acaso también espera. Parece detenerse observando a su izquierda, mientras mira con otro ojo recóndito nadie sabe qué en su interior. Bebe de vez en cuando un vaso de jugo de frutas tropicales.
Un espacio separado por divisiones de madera guarda un sofá donde departen dos muchachas, un hermoso cuadro de Cwirco muestra una mujer que mira por una ventana de hojas abiertas pintadas mediante técnica impresionista con motivos campestres locales. En la ventana detienen a la figura dos macetas azules: una de ellas con tres flores, la otra con hojas lanceoladas.
Al frente de ese recoleto otra pareja de mujeres están sentadas en una de las mesas altas del local, pues el atavío se completa con esos muebles dando un relieve amable a la cafetería. Ambas hablan por celular, cada una por separado. Una con un teléfono celular negro, la otra, rosado. Mientras no hablan parecen buscar números de teléfonos en la memoria del aparato. Rara vez conversan entre ellas, parecería que hablan de sus pláticas telefónicas.
De repente, un comparsero, 30 años (el carnaval está cerca, sucederá este sábado), ingresa con su atavío característico: una camisa blanca con estampados verdes. Apenas se distingue el tono festivo que la hace reconocerse como carnavalesca. En ella se lee “Taitas”, que aquí se toma en el sentido de señores, sacando a relucir la pedantería muy propia de este carnaval. Pero que ya a nadie afecta, pues se conoce el juego hasta que la borrachera gana; y así terminan, en medio de las juergas en tumulto de peleas entre comparsas, uno frente a otro a manera de pandillas, solamente porque tiene un color de casaca diferente, y allí desaparecen los parientes y los amigos, como sucede en las pasiones políticas, reflejo de estos arbitrios.
¿Por qué alguna gente es más encantadora que otra? Blusa verde, boca a medio sonreír mientras habla. Hay cierto enfático ademán en la cara, la boca marcadamente modulada al hablar. Mientras platica las manos se mueven delicadamente, a momentos apenas se unen sobre la mesa, y a otros se levantan levemente cerca del pecho. Si ríe eleva algo el brazo derecho apenas por encima de la cabeza. De vez en cuando lanza el cabello hacia atrás, completando su feminidad. Tiene el rostro redondo, los ojos algo pequeños, la boca está dotada de dientes regulares y bellos, el aire es camba. Algo de ella nos regresa a lo guaraní, a lo indio; pero es decididamente citadina. No sorprende que tenga la misma actitud y el rostro de la mujer de la ventana pintada por Cwirco. Un parroquiano descuidado podría suponer que es modelo de la pintura. Todos sabemos que no, que en realidad la ciudad ha atrapado a las mujeres pintadas por Cwirco para comprobarnos que existen con todo su encanto y pasa a departir en los cafés como en este Alexander, hoy adentro de los días y las noches del 2010, dando el toque que se esperaba para cumplir con la noche.
En una noche cualquiera el visitante que se propone puede seguir los diferentes comercios que suceden entre sus parroquianos.
Si las amigas se encuentran se besan, con un solo beso en la mejilla como es costumbre en la ciudad. En las mesas se encuentran mujeres jóvenes, dedicadas al chisme cotidiano, generalmente poco agresivo, más de noticias que de maldad.
Apartados en una mesa que da al enorme ventanal que separa el café de la calle interior, un hombre y una mujer divorciados se encuentran para desarrollar sus proyectos de enamorados. Hablan de los estudios de los hijos de cada uno. Se esfuerzan en demostrar que no han fracasado del todo.
Tres personas de unos 45 años. Una pareja de orureños, el vecino de mesa lo sabe porque hablan de su ciudad como referencia de un lugar donde no se pueden realizar plenamente los mercados, se encuentra con un cruceño para hablar de comercio (Oruro es la capital del Carnaval, nadie piense que se trata de una ciudad de jolgorio, sino de trabajo, el esfuerzo del día a día para preparar la fiesta, la apoteosis de la danza, Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, santuario de la Virgen del Socavón, mitad mina mitad madre). Mientras la preparan y trabajan beben. Allí el alcohol compensa el frío y la melancolía por la ausencia de la celebración grande). Él es corpulento, camisa blanca. Ella, robusta, también de tez clara, se ve cómo aferra sobre su vientre una cartera negra. El otro interlocutor también es corpulento, pero más gordo, viste una camiseta deportiva roja de manga corta. Sobre la mesa han colocado una bolsa de papel madera de unos cincuenta centímetros, algo voluminosa, en la que se lee “Metagrill”, sin importarles que descompagina con la decoración de la cafetería, que ha intentado un cierto aire de elegancia en las mesas y los biombos, resaltada por los cuadros de la pintora argentina Mirta Cwirco –todos lo son- especialista desde su llegada en 1989 en pinturas con colores intensos donde aparecen mujeres cruceñas tradicionales, de tipoy, flores, mucha fuerza pero un aire de inocencia que nos recuerda al ambiente pueblerino.
A nadie distrae la espalda de un joven solitario, que probablemente espera a alguien, y que se demora, porque no parece tener otra opción, en mirar los cuadros colgados en la pared que da a su frente. Un hombre mayor, en el espacio exterior, formado por una amplia galería que da a la esquina de la avenida y la calle, acaso también espera. Parece detenerse observando a su izquierda, mientras mira con otro ojo recóndito nadie sabe qué en su interior. Bebe de vez en cuando un vaso de jugo de frutas tropicales.
Un espacio separado por divisiones de madera guarda un sofá donde departen dos muchachas, un hermoso cuadro de Cwirco muestra una mujer que mira por una ventana de hojas abiertas pintadas mediante técnica impresionista con motivos campestres locales. En la ventana detienen a la figura dos macetas azules: una de ellas con tres flores, la otra con hojas lanceoladas.
Al frente de ese recoleto otra pareja de mujeres están sentadas en una de las mesas altas del local, pues el atavío se completa con esos muebles dando un relieve amable a la cafetería. Ambas hablan por celular, cada una por separado. Una con un teléfono celular negro, la otra, rosado. Mientras no hablan parecen buscar números de teléfonos en la memoria del aparato. Rara vez conversan entre ellas, parecería que hablan de sus pláticas telefónicas.
De repente, un comparsero, 30 años (el carnaval está cerca, sucederá este sábado), ingresa con su atavío característico: una camisa blanca con estampados verdes. Apenas se distingue el tono festivo que la hace reconocerse como carnavalesca. En ella se lee “Taitas”, que aquí se toma en el sentido de señores, sacando a relucir la pedantería muy propia de este carnaval. Pero que ya a nadie afecta, pues se conoce el juego hasta que la borrachera gana; y así terminan, en medio de las juergas en tumulto de peleas entre comparsas, uno frente a otro a manera de pandillas, solamente porque tiene un color de casaca diferente, y allí desaparecen los parientes y los amigos, como sucede en las pasiones políticas, reflejo de estos arbitrios.
¿Por qué alguna gente es más encantadora que otra? Blusa verde, boca a medio sonreír mientras habla. Hay cierto enfático ademán en la cara, la boca marcadamente modulada al hablar. Mientras platica las manos se mueven delicadamente, a momentos apenas se unen sobre la mesa, y a otros se levantan levemente cerca del pecho. Si ríe eleva algo el brazo derecho apenas por encima de la cabeza. De vez en cuando lanza el cabello hacia atrás, completando su feminidad. Tiene el rostro redondo, los ojos algo pequeños, la boca está dotada de dientes regulares y bellos, el aire es camba. Algo de ella nos regresa a lo guaraní, a lo indio; pero es decididamente citadina. No sorprende que tenga la misma actitud y el rostro de la mujer de la ventana pintada por Cwirco. Un parroquiano descuidado podría suponer que es modelo de la pintura. Todos sabemos que no, que en realidad la ciudad ha atrapado a las mujeres pintadas por Cwirco para comprobarnos que existen con todo su encanto y pasa a departir en los cafés como en este Alexander, hoy adentro de los días y las noches del 2010, dando el toque que se esperaba para cumplir con la noche.
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