Los motivos del oso
El hielo se quiebra por todas partes y me hundo. Hay una fuerza interior, un instinto, que me obliga a nadar –creo que si dependiese de mi mente sucumbiría en el fondo de las aguas frías-. Tengo hambre. La noche se cierne como un candado y en la lejanía el horizonte estalla en una joya rosa que es imposible de alcanzar. De repente, con una zarpa aporreo sobre un animal que se mueve. El golpe ha sido suficiente: la víctima cae inmóvil en mis brazos. La devoro desesperado. No tiene sabor, pero produce en el cuerpo una sensación de bienestar inexplicable.
Floto por un instante en la satisfacción del deseo, pero luego cae la oscuridad y el frío sube como un fantasma. Sé que la muerte, ahora madre amorosa, se acerca en el olor del océano. Súbitamente, la memoria olfativa me regresa al inmenso placer del sexo y quedo aturdido. Entonces no sé cuál de aquellos aromas, o cuál de aquellas madres, es la que me trae una serenidad inesperada y se sucede el silencio. Ya no sé qué decir. Carezco de recursos del lenguaje y la marea me devuelve fatal al mar, fuente vital de todas las cosas.
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