La hiperrealidad
Los días transcurren en un absurdo programa que no sabemos mirar. Si uno camina con destino a su oficina, (considérese un día común en Santa Cruz de la Sierra, un día algo caluroso), y pone atención a la realidad, podría encontrarse con algunos de los siguientes sucesos:
1. Un hombre como de veintisiete años, en traje deportivo, nada espectacular, de los baratos, cruza con la cara preocupada. El rostro es común, sería caso muy raro que algún transeúnte se fije en él. Otro día, lejos de estas atenciones, pasaría por mi lado y ni siquiera me enteraría. El hombre puede tener problemas en el trabajo, en la casa, con su mujer, con su madre, con el banco. Su orbe de sufrimiento no es desconocido. Su cotidianidad no existe para el mundo, pero, como la de la mayoría, probablemente es un infierno. Sufre, al igual que nosotros, el horror de los noticieros, la estupidez de la política y el dolor de estómago que provoca el tránsito diario de autobuses, automóviles apurados, taxistas nerviosos y gente que empuja, atropellando por todas partes
2. Un grupo de personas se han reunido al lado de un automóvil con letrero de taxi que, en su parada, tiene el capó abierto. Una de ellas lleva una botella de plástico, probablemente con agua – desde mi posición no puedo asegurar nada -, las demás, unas cinco se mueven en tropel. Si nos tomamos más tiempo en observar descubriremos que la parte delantera cerca de los faroles se encuentra abollada. Es probable que haya sufrido un choque. Entonces, uno intenta reproducir las escenas: El taxista ha llamado a su familia. Todos acuden a socorrer – no son necesarios todos, acaso ninguno, pero la solidaridad es para quien sustenta el hogar: nadie puede faltar -. Han suspendido sus compromisos y sus actividades. Hay un pequeño drama familiar. Es probable que estén enfurecidos y algo confusos. Yo sigo mi camino, para mí ese acontecimiento es totalmente ajeno, se diría que no existe.
3. Una muchacha con un buzo apretado pasa por mi lado, tiene como diecisiete años, tiene caderas angostas. No llamaría la atención de nadie.
4. Un pájaro canta en uno de los árboles de la calle donde queda la empresa en que trabajo. Es posible que cante como aviso de que las ramas del árbol le dan sombra y no saldrá del refugio hasta que baje el sol y se haga el crepúsculo, no lo sabemos, desconocemos el idioma de los pájaros. Otro cruza el cielo planeando, acaso en busca de algún gusano, que tampoco sabe que será devorado.
5. El sol golpea enfurecido, mi cuerpo se agita, el sudor me molesta, siento una incomodidad que me obliga a olvidarme del entorno. De repente me hallo dentro de las dependencias de la empresa. Así que me apresuro a ingresar a la sala de mi despacho. Y en un acto de salvación, enciendo el aire acondicionado, el computador y me meto en la Internet. Así, de un sopetón, apago la pequeña realidad. Mientras la otra, la terrible, se va gestando entre las horas, monstruosa, inevitable; y nosotros, inconscientes, atolondrados, instintivos, nos dejamos llevar a sus negras fauces hechas, como todos saben, de tiempo.
6. En alguna página de la Internet encuentro una fotografía donde se muestra a dos enormes tortugas en actitud de copular –nadie sabe cómo están de esa forma, podría ser un show montado por el fotógrafo-, detrás de la cerca de madera la gente observa sorprendida, algunos toman fotografías con los celulares.
7. La hiperrealidad, cómo estas tortugas, nos viola, a través de gente que cree que sabe lo que hace: políticos, empresarios, religiosos, científicos y demás. Yo, simplemente, anoto.
Etiquetas: hiperrealidad, realidad, cotidianidad
1. Un hombre como de veintisiete años, en traje deportivo, nada espectacular, de los baratos, cruza con la cara preocupada. El rostro es común, sería caso muy raro que algún transeúnte se fije en él. Otro día, lejos de estas atenciones, pasaría por mi lado y ni siquiera me enteraría. El hombre puede tener problemas en el trabajo, en la casa, con su mujer, con su madre, con el banco. Su orbe de sufrimiento no es desconocido. Su cotidianidad no existe para el mundo, pero, como la de la mayoría, probablemente es un infierno. Sufre, al igual que nosotros, el horror de los noticieros, la estupidez de la política y el dolor de estómago que provoca el tránsito diario de autobuses, automóviles apurados, taxistas nerviosos y gente que empuja, atropellando por todas partes
2. Un grupo de personas se han reunido al lado de un automóvil con letrero de taxi que, en su parada, tiene el capó abierto. Una de ellas lleva una botella de plástico, probablemente con agua – desde mi posición no puedo asegurar nada -, las demás, unas cinco se mueven en tropel. Si nos tomamos más tiempo en observar descubriremos que la parte delantera cerca de los faroles se encuentra abollada. Es probable que haya sufrido un choque. Entonces, uno intenta reproducir las escenas: El taxista ha llamado a su familia. Todos acuden a socorrer – no son necesarios todos, acaso ninguno, pero la solidaridad es para quien sustenta el hogar: nadie puede faltar -. Han suspendido sus compromisos y sus actividades. Hay un pequeño drama familiar. Es probable que estén enfurecidos y algo confusos. Yo sigo mi camino, para mí ese acontecimiento es totalmente ajeno, se diría que no existe.
3. Una muchacha con un buzo apretado pasa por mi lado, tiene como diecisiete años, tiene caderas angostas. No llamaría la atención de nadie.
4. Un pájaro canta en uno de los árboles de la calle donde queda la empresa en que trabajo. Es posible que cante como aviso de que las ramas del árbol le dan sombra y no saldrá del refugio hasta que baje el sol y se haga el crepúsculo, no lo sabemos, desconocemos el idioma de los pájaros. Otro cruza el cielo planeando, acaso en busca de algún gusano, que tampoco sabe que será devorado.
5. El sol golpea enfurecido, mi cuerpo se agita, el sudor me molesta, siento una incomodidad que me obliga a olvidarme del entorno. De repente me hallo dentro de las dependencias de la empresa. Así que me apresuro a ingresar a la sala de mi despacho. Y en un acto de salvación, enciendo el aire acondicionado, el computador y me meto en la Internet. Así, de un sopetón, apago la pequeña realidad. Mientras la otra, la terrible, se va gestando entre las horas, monstruosa, inevitable; y nosotros, inconscientes, atolondrados, instintivos, nos dejamos llevar a sus negras fauces hechas, como todos saben, de tiempo.
6. En alguna página de la Internet encuentro una fotografía donde se muestra a dos enormes tortugas en actitud de copular –nadie sabe cómo están de esa forma, podría ser un show montado por el fotógrafo-, detrás de la cerca de madera la gente observa sorprendida, algunos toman fotografías con los celulares.
7. La hiperrealidad, cómo estas tortugas, nos viola, a través de gente que cree que sabe lo que hace: políticos, empresarios, religiosos, científicos y demás. Yo, simplemente, anoto.
Etiquetas: hiperrealidad, realidad, cotidianidad
2 Comments:
La hiperrealidad podría ser un recurso ante nuestra permanente debacle en el intento por determinar las cosas; no resultaría inconcebible pensar que al cabo de los siglos, hemos recurrido, o recursado a la hiperrealidad para vengarnos de la invencible incertidumbre que nos obsequia esa rapsodia de sensaciones que llamamos vida. El arte después de todo, parecería ser indiscernible de la física, siempre que nos resignáramos a reconocer el principio rector ejercido por la madre de la creación, la incertidumbre. Por ejemplo, en el libro del Génesis leemos que Dios hace al hombre "a su imagen y semejanza"; sin embargo, algo después, no digo "más tarde o tiempo después" ya que pienso que sería incierto hablar de duración o de tiempo en el ámbito de la Creación Divina (las mayúsculas por convención). Entonces, algo debe haber sucedido en la concepción divina, ya que luego en el mismo Génesis, Dios recurre a la creación con el barro y sexuada. Algo incierto habita esta "doble creación"; quizás, por las dudas, el supremo omnisciente renunció a su suprema certeza y consideró, con cierta incertidumbre, que el pecado podría ser necesario para sus planes inescrutables. ¿Quién podría saberlo?
Hola! He visto un texto tuyo en Triplov y acabo de visitar tu blog.
Un abrazo,
Maiesse Gramacho
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