lunes, noviembre 26, 2007

El poeta como sembrador de estelas


El domingo pasado, en la revista Fondo Negro, suplemento del diario La Prensa de la ciudad de La Paz, apareció publicado el presente ensayo, producto de varias preguntas que el periodista Martín Zelada me envió, en el contexto, dijo, del encuentro de poetas que se realizaba en la ciudad de La Paz. ¿Por qué escribes poesía? ¿Cuál es el sentido de escribir poesía en Bolivia? ¿Implica algún compromiso, necesidad o sentido? ¿Afecta el hecho de que el universo de lectores sea muy reducido, al igual que el mercado editorial? ¿Qué estilos y generaciones de poesía y poetas se pueden identificar en el país, si es que ello es posible? El artículo publicado por la prensa se encuentra en: El poeta como sembrador de estelas:
Las artes son la expresión del trashumar del espíritu. Es decir, la huella que va dejando éste en su peregrinar. El tipo de arte dependerá del tipo de rayo de cada quien. En mi caso, este rayo es el de la poesía. Trazas son al fin como una estela.

El escribir poesía en Bolivia tiene el mismo sentido que escribir poesía en Togo, Alemania o en el Turquestán: dejar trazo o huella. Ahora bien, si reflexionamos sobre qué significa el escribir en Bolivia, desde Bolivia, diré en primer lugar que esto significa estar ligado al diálogo de los otros poetas que escribieron y que escriben en Bolivia. Éste es un diálogo que sucede de una manera consciente o inconsciente, pero inevitable, pues somos este lenguaje que estamos construyendo. Ningún boliviano que vive en Bolivia puede evitar este arroz, hay un lenguaje de lo boliviano que circunda el hablar cotidiano de la gente. Si mi tía dice: “Hijo, ve a ver si llueve”, en esa frase se han reflejado muchos decires de poetas bolivianos. Entonces procederé a obedecer el mandato.

Ahora bien, si digo: “escribir poesía no tiene nada que ver con el mercado editorial”, digo una verdad y una falacia a la vez. Porque el solo hecho de publicar ya implica un mercado; aun si regalo toda la edición, he suscitado un mercado. Hay una transacción mercantil: dejo en manos de mi prójimo el terrible peso de cargar con mi libro y obligarlo, por medio del compromiso de su conciencia de amistad, o de un prurito de homenaje a la “cultura”, a no tirarlo al basurero. Y hasta puede que se sienta en la obligación de leer algo del libro, y de repente intente leer uno que otro poema mientras con el rabillo del ojo permanece atento a los programas de la televisión. Pero lo cierto es que el que escribe poesía está en otra cosa, menos pensando en el mercado. Puede que de repente un libro de poesía sea un éxito inesperado en ventas, pero esto, aunque no crean los escépticos, no tiene nada que ver con la poesía. Él éxito del poeta debería darse el momento en que éste se encuentre con su legítima individualidad, entonces, si eso sucede, deberá callar, porque ya no tiene nada que decir, porque ya no está caminando, peregrino en busca de sí mismo, porque ya llegó. Y a ese silencio se refieren muchos.

En cuanto a los autores, más que generaciones, la poesía en Bolivia hay que verla desde las varias líneas que se dibujan. Tengo un libro llamado En busca de la piedra y el agua que trata del asunto. Sin embargo, admito que es más fácil referirse a generaciones que realizar el esfuerzo de dibujar líneas. Bolivia se caracteriza por ser un país donde se escribe poesía, aunque esta característica sea poco conocida afuera.

Hoy conviven varias generaciones, entre las cuales me animaré a registrar algunos nombres que ahora recuerdo, tomando el riesgo del azaroso olvido, más que juez, juguetón remolino de viento que desordena las hojas, acaso dejando sin querer algunas en el camino. Empezaré diciendo que aún tenemos la alegría de contar con poetas de la Segunda Gesta Bárbara, tal como son Julio de la Vega Rodríguez y Antonio Terán Cavero. De la brillante generación de los nacidos en la década del cuarenta, podemos nombrar a Eduardo Mitre, Jesús Urzagasti, Pedro Shimose y Fernando Rosso.

Inmediatamente después aparece la generación a la que pertenezco, que es la generación de Copacabana porque se funda conociéndose y reconociéndose en el encuentro de Copacabana de 1992, y que somos los nacidos en la década de los cincuentas y los sesentas, entre los cuales resaltan Humberto Quino, Vilma Tapia Anaya, Juan Carlos Ramiro Quiroga, Ariel Pérez, Jaime Nisttahuz, Julio Barriga, Jorge Campero, María Soledad Quiroga, Cé Mendizábal, Juan Cristóbal Maclean, Eduardo Nogales, Edgar Arandia, Marcia Mogro, Homero Carvalho, Aníbal Crespo, Gigia Talarico, Ángel Zuaznábar, Luis Andrade, Edwin Guzmán, Rubén Vargas, Álvaro Antezana, René Antezana, Gustavo Cárdenas, Oscar Barbery y Álvaro Díez Astete. Así como ya podemos festejar la nueva generación de los nacidos en los setentas, tales como Mónica Velásquez, Benjamín Chávez, Anabel Gutiérrez, Gabriel Chávez, Claudia Peña Claros, Oscar Gutiérrez, Paura Rodríguez, Rodolfo Ortiz, Jessica Freudenthal y Adriana Lanza.

Y finalmente las novísimas voces de los nacidos en la década de los ochentas, tales como Emma Villazón, Sebastián Molina, Janina Camacho y tantos otros talentos que se irán consolidando con el tiempo. En cuanto a los estilos o tendencias, este espacio es demasiado pequeño para mencionarlos.


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