miércoles, octubre 18, 2006

Gonzalo Millán (1947-2006)


Lo conocí en la primavera del 2002, durante un encuentro de poetas uruguayos, argentinos, chilenos, peruanos y bolivianos, en Salsipuedes, una aldea en medio de las Sierras de Córdova con aquel nombre mágico. En la dedicatoria del libro que aquella vez me obsequió se guarda la esperanza de volver a vernos en Chile o Bolivia. Aquella ya no existe.

Gonzalo Millán escribía poesía. Recuerdo que traje de Santiago, en 1995, su libro Virus, pero acaso su mejor trabajo sea ese poemario llamado Claroscuro, donde intenta aproximarse a la pintura de Zurbarán y Caravaggio, a través de la literatura.

Me entero por el blog del Ciudadano K. que ha fallecido el domingo 15 de octubre, y retornan a mi memoria el viaje que hicimos con Juan Carlos Ramiro Quiroga y Benjamín Chávez. La crónica quedó plasmada en El Duende de Oruro, donde queda una fotografía en la que Millan aparece junto conmigo. Se trataba de un encuentro denominado Sursureos, pensábamos que podíamos mascullar un lenguaje común aquí en el sur del continente, yo todavía lo creo, pero siento que más que un lenguaje común, sería común una temperatura en la que se extienden los muchos lenguajes con los que esperamos tomar a la Ramera, cuyo nombre artístico es La Realidad, cosa tampoco muy clara, por cierto. Pero aquello son sólo circunstancias, atisbos de reflexión, y tiempo. La sensación -derivada de misteriosas intuiciones- es que todos somos barcos en la oscuridad, y nos divisamos gracias a nuestras luces artificiales. El de Gonzalo Millán ya se alejó demasiado, y probablemente no podremos detectarlo en el futuro, no con las luces artificiales con las que lo reconocíamos, pero quedan sus libros. Aquí copio una muestra.

Zurbarán: Diapositivas de Santa Águeda
Un cuento sobre el cuerpo de Robert Haas

El joven compositor que trabajaba durante el verano en
una colonia de artistas, la había estado observando
durante una semana. Ella era una pintora japonesa de
alrededor de sesenta años, y él creyó que estaba
enamorado. Le encantaba su obra, y su pintura se
parecía a la manera como ella movía su cuerpo y sus
manos, cómo lo miraba a él en forma directa, divertida
y considerada, cada vez que se demoraba en responder
a sus preguntas. Una noche, de regreso de un concierto,
llegaron hasta su puerta, ella se volvió y le dijo:
“pienso que te gustaría tenerme. A mí también me
gustaría, pero antes tengo que decirte algo: tuve una
mastectomía doble”. Y cuando él no entendió: “he
perdido mis dos pechos”. El resplandor que él llevaba
en el abdomen y el tórax se marchitó rápidamente, y
tuvo que esforzarse para mirarla cuando le dijo: “Lo
siento, pero no creo que pueda”. El joven regresó
caminando a través de los pinos hasta su propia cabaña
y, a la mañana siguiente, encontró en su terraza un
pequeño pocillo azul. Parecía estar lleno de pétalos de
rosas, pero cuando lo recogió, descubrió que los
pétalos sólo estaban por encima, debajo estaba lleno de
abejas muertas.

Postales de Caravaggio
La música Celestial

Santa Magdalena está más volada.
Está superpasadísima. En los auriculares
que no se ven con los oídos, reverberantes,
la cuerdas que no se oyen en la caverna.
Con los tímpanos traspasados por los tambores,
atropellada por la atronadora percusión de Dios.
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