Horror y luz de todos los tiempos
Cuando la
aurora despierta en las mañanas y la tarde muere en brazos de la noche, que
camina como mujer poderosa en un universo infinito de soles, el hombre se
levanta sobre sí mismo, se presiente a sí mismo, y erguido pronuncia palabras
cercanas al sentido de la muerte y al misterio de la vida, arrastrando
connotaciones que harían temblar los cimientos mismos de las cosas, si llevaran
consigo la conciencia de las cosas.
La poesía
emerge entonces como un volcán incalculable y no mide tiempos de ninguna
naturaleza porque la poesía es el hombre mismo en actitud de conocerse, de
observarse, d
e recordarse, de descubrir a la luz de la conciencia que la poesía
es acaso la única claraboya de aquella caverna de la que hablaba Platón para
mostrarnos el afuera que en realidad está adentro como todas las cosas del
cosmos infinito.
Miradas así
las geografías, qué magnitud pueden tener dos años de una pandemia mediática y
feroz, qué si por mi insaciable apetito devoro mi casa, qué si debido a mi afán
de depredador y mi desidia nos amenaza la tierra como un horno en cada una de
las ciudades herederas de la ciudad de Dite; y entre estas preguntas, entonces,
¿qué poder tiene el aguijón de la guerra?, cuando acaso, siguiendo a los
naturalistas de Cratilo, ya la palabra guerra, guarda dentro de sí todos los
horrores del odio, las artimañas de las armas, la muerte, la destrucción, las
ambiciones, las oprobiosas derrotas y las aparentes victorias.
Una es la
gran amenaza del hombre, que es el hombre mismo. Aquí hay misterio, ya que el
hombre es el portador de la llama de la poesía, que también oculta muerte, que
también oculta infierno, que también pronuncia la palabra guerra.
Poesía
líbrame de la poesía, hombre líbrame del hombre, y entonces, poetas renovados,
celebrar las palabras sagradas que se guardan como oro puro en las profundas cámaras
del corazón.
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