La luz de la vida o El día interminable
No hace mucho tiempo, recibí en manos el libro El día interminable de Ricardo Calla Ortega, Plural editores, 2022. Se trata de un libro con veintiséis poemas señalados por números romanos.
La lectura
de este trabajo supone un desafío para el eventual lector. Y es que toda lectura, al igual que toda
traducción, que en sí es su sinónimo, es un acto de riesgo. La primera
impresión con la que se encuentra el lector es la de estar ante una especie de
mar onírico, cuya interpretación podría ser tema del semanálisis, un ejercicio
de lectura basado en la lingüística estructural y el psicoanálisis, útil para
analizar cualquier texto y cualquier práctica significante desde la semiología.
Pues de lo que se trata es de centrarse en la materialidad de los lenguajes: sus sonidos, ritmos y distribución gráfica, y no
simplemente en su función comunicativa, haciendo del lenguaje un proceso
transgresor dinámico más que como un simple instrumento estático.
Principalmente,
cuando Kristeva nos advierte que “Todo texto se construye como mosaico de
citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la
noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje
poético se lee, al menos, como doble”. De manera que el lenguaje poético se
puede mover transversalmente sobre el discurso como infinidad del código,
mostrando hasta dónde llega el código. La pregunta que se hace Kristeva, y que se
tendría que hacer todo lector ante un texto es: ¿Por qué este texto está
entramado así, de esta manera?
Aventuraré
aquí una lectura, en ese sentido, la de descubrir cuál es el entramado de El
día interminable.
No obstante,
me detendré un poco en el contexto, y es que el libro trae en la portada una
máscara humana de jade olmeca. Recordemos que estas máscaras no eran creadas
para ser utilizadas desde un punto de vista práctico, ya que no tienen
orificios para la nariz u ojos, algunas inclusive son planas en la parte
posterior. Las máscaras humanas carecen de una individualización, no son
retratísticas, y hay un repertorio muy limitado de personajes. Probablemente
eran representaciones idealizadas. Y esta al tener el rasgo de la boca abierta
y las pupilas dilatadas, podría indicar un estado de trance. A continuación, se
descubre que el libro está dedicado a sus dos hijos fallecidos, Valeria y
Andrés, y aunque luego se advierta que el trabajo que le tomó 29 años, y que
iba de 1990 a 2019 habría concluido luego de la muerte de Andrés.
Asimismo,
otra lectura podría tomar en cuenta los cuatro epígrafes que recorren lecturas
de doce siglos, resaltados por el autor, en un trabajo presentado de esta
manera, no podrían pasar inadvertidos. “¡He dormido en el jardín del emperador,
/ esperando la orden de escribir! / He visto el estanque del dragón…”. Li Po,
siglo VIII D.C. “Somos los que nos convertimos en polillas / Frente a la llama
de la belleza…”. Mehmed Hayáli. Siglo XVI D.C. “Las campanas suenan sin razón y
nosotros también…”. Tristan Tzara. Siglo XX D.C. “Reina del viento fundido /
-en el corazón de los peces fuertes- / pero tenaz memoria…” Aimé Céssire. Siglo
XX D.C.
Regresando a nuestra lectura, diremos entonces que aquí
las imágenes textuales hacen permanentes desplazamientos de los significantes
en busca de un significado. Así, utilizando la clave del lenguaje poético se
viaja en indagación de una puerta que se nos abra y nos deslumbre con su
misterio. Leemos en consecuencia como en un palimpsesto que la cultura del autor
está reescrita por sus diferentes lecturas, como él mismo nos advierte en sus
Notas, que aparecen al final del poemario, a manera de colofón:
Debiera ser evidente la cita que hago,
en la parte IV, de una línea irresistible de la inolvidable canción
experimental popular brasileña Disparada de inicio de los 1960s. Igualmente,
cualquiera notará, un rastro, al comenzar la parte IX, del extraordinario poema
I.1. del Danzante y la muerte (1983) de Seke Rosso. ¿Y quién no reconocerá, en
la parte IX, a Quevedo? Frases y ecos de Borges, Celan, Cesaire, Eliot, García
Lorca, Gimferrer, Hölderlin, Lezama, Neruda, Tzara, Vallejo y Walcott a lo
largo del texto tendrán también que ser inmediatamente reconocibles, siendo
obvias. (40)
Uno por uno, los versos emergen en un tono
descriptivo, como si el poeta estuviese asistiendo a escenas cuya descripción
se traslada al mundo onírico. En estos versos el viaje descriptivo nos lleva a imágenes
que se trasladan desde sirenas que lo invocan (¿Osaré repintar las sirenas
que me invocan desde el aire?) hasta sumergirse en el profundo aliento de
lo americano porque aquí es Guayaba el aroma de la claridad.
El agua, el sentido de lo femenino, la obsidiana, frutas
exóticas, constelaciones americanas, mapas textuales que recorren topologías
que cruzan las Antillas y el altiplano boliviano, se desgranan en un deletreo alucinante
de asonancias y cadencias, que de repente se multiplican en versos cuya
disposición gráfica se nos presenta a manera de coros. Sin embargo, su sentido
final se me esconde como cuando uno se aproxima a la vida cuya proximidad, cuya
intensidad, siempre está velada para otro que se exponga a leerla: poesía que
se dice y expresa como latido de palabras.
En este viaje, de repente, nuestra lectura se
encuentra con una elegía, como si la voz de las imágenes, en su gran mayoría
surrealistas, lectura de lecturas, no sean otra cosa que resonancias del núcleo
del poema, que quién sabe es también como esa cebolla de la que nos hablaba
Jaime Sabines en su Como pájaros perdidos: “Se puso a desprender, una
tras otra las capas de la cebolla, y decía: He de encontrar la verdadera
cebolla, he de encontrarla!”. Este núcleo, creemos, se halla escrito en un
fragmento al final del poema XV, fragmento que también es epígrafe del mismo
poema:
Suenen campanas sin
razón y nosotros también
¡Locura!
¡Blanca amargura!
¡Ya se avista el estambre del recuerdo en el viaje sin
pasajes de mi amor inacabado!
¡Ya se avista la ribera del sentido en la nave
harapienta de la urgencia!
(el repliegue el
galeón el sopor
el hocico de
los islotes
la tregua
el camino la obsidiana
sólo un
atisbo de obsidiana
estatua encarcelada)
Siguiendo el
modo del palimpsesto este segmento empieza con un verso de Tristan Tzara: Suenen campanas sin razón y nosotros
también.
Valga, por
tanto, este texto como una provocación para una lectura más profunda, que acaso
rebata la aquí apurada, y para compartir de que estamos ante una propuesta
distinta a lo que generalmente se viene trabajado en el campo poético, según
este servidor: ríos de imágenes visuales y acústicas en palimpsesto cuya ninfa
principal nos devela la hermosa elegía arriba presentada.
Una delicatesen.
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