Mar para cual
Alta traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco
Gary Daher
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco
Madre nutriente, imposible pezón del planeta, aquella poderosa distancia sin distancia, el mar, universo de universos, el mar con playa, el mar masculino que golpea contra el risco, el mar de los inmensos iceberg, el mar mar, no pertenece a nadie.
Recuerdo la vez en que frente a frente he sentido la mirada del mar y he soportado su examen de hondura, que penetra más allá de la desnudez más desnuda, más allá del corazón, lugar en el que somos y también no somos nada. Nadie sabe cómo comportarse con semejante inquisición. Y después uno se sienta sobre la arena, toma una caracola, la coloca en la oreja y oye quedamente el susurro del mar, que también ama. Y ama tan violentamente que puede llevarse alma y todo a una población entera de súbito y sin permiso. A eso se le ha llamado Tsunami, y yo no sé porqué, pues tales actos no tienen nombre. Se dan porque se dan, son parte del mar. Aquella vez, en un arrebato de coraje, le he preguntado su nombre al mar. Y en lugar de respuesta se hizo un silencio. Un silencio de mar. Entonces supe que su nombre es sagrado y si se lo llama cómo se lo llama, o sea, mar, es para tener algo que decir, para sentirnos poderosos, a sabiendas que tal poder, en todo caso, le pertenece al mar.
Pero los hombres somos tercos y queremos poseer las cosas, sin saber que son las cosas quienes nos poseen, para luego tomarnos levemente, agostarnos, y luego de nuestra muerte intrascendente, deshacernos en polvareda innominada, que irá a convertirse en parte de las cosas.
Sudamérica, júbilo que me endiosa el pecho, por prestarme del maestro la frase inexplicable, está rodeada de mar por todas partes. Y si uno vive en el centro del subcontinente, no puede pretender que se traslade el mar para que uno lo disfrute a su lado, porque para ese estrambótico propósito serían necesarias no sé cuántas dragas, e incalculables cantidades de obreros, y gran tecnología, como la que tienen los gringos, y no sé qué cantidad de contadores, auditores, y otros para averiguar cuántos recursos económicos se necesitarían; y no se podría realizar esa hazaña porque además, ya se sabe, que quién hasta estas tierras sube, y esto hablando del mar, le alcanza el soroche, que no es una enfermedad, ni una maldición, sino una manera de ser de la montaña, que al igual que el mar tiene sus modos y maneras, es decir, fuerzas que ni se imaginan, pero ese es otro cuento, que aquí no se puede incrementar.Así que así, no podemos tener un mar interior en Sudamérica, salvo que sea un mar de voces, que no es un mar de agua sino un mar hecho de una lengua común y que se construye hija del portugués, el castellano y el guaraní, y el quechua, y el aimara, y el araucano, y tantos otros idiomas sudamericanos.
En suma, no se preocupe el ciudadano de estos lares llamados Bolivia, cualquiera de nosotros, para llegar al mar, gastará más o menos lo mismo en hacerlo, sin importar que el mar se dibuje políticamente o no en las fronteras del Estado. En mi caso, no encuentro otra diferencia de estar en cualquier orilla de los mares que abrazan Sudamérica que la que pudiese existir en mi relación con los sistemas de control o aquellos llamados cuerpos de fuerza, quiero decir con armas, digo, policía o militares. Y la diferencia estriba en que unos me pedirán documentos y los otros me perseguirán por impuestos o para callarme la boca, que para algunos podría parecer sucia y detestable.
Que si se perdió una guerra. Todos los que participan pierden en una guerra. La guerra es estupidez universal, que invade a las masas como les invade el fútbol, un artista de moda o cualquier saltimbanqui que los conmueve a rabiar. Pero la guerra no es trivial, la guerra es el aparato del odio y la loba de la ambición de los poderosos. Los otros no saben por qué pelean. Les han hecho creer que son del tal o cual lado, cuando, hablando la misma lengua, en cualquier otra circunstancia, probablemente se hubieran encontrado en una cantina o en festejo comunitario con cualquier pretexto, y se hubieran puesto a beber hasta la madre y hasta casar a la hija, y cantar canciones comunes, y cuántas tonterías más propias de los humanos. Y ¿de qué estamos debatiendo? de dibujar fronteras. Hablando en plata, que es como se hablaba en Potosí, el boliviano, no es tan diferente del chileno que lo haga de otra patria. Hoy en día hay aimaras chilenos y aimaras bolivianos, citadinos chilenos y citadinos bolivianos, hombres y mujeres chilenos y hombres y mujeres bolivianos, todos sudamericanos. Todos con las mismas apariencias y diferencias. Apenas nos diversifican los paisajes, que así nos diferenciamos los sudamericanos de provincia en provincia.
¿A quién le conviene administrar tal región en lugar de otra? Al grupo de los poderosos. ¿A quién le conviene poner militares en tal o cual provincia? A los poderosos. ¿Y quiénes son los poderosos? Los que lograron con artimañas más o menos mentirosas manipular los votos de la mayoría, que siempre, desde que somos lo que somos, está conformada por electores ignaros de gobernarse a sí mismos; para luego encaramarse en eso que es el potro del Estado. Este es un asunto de los poderosos. Nosotros los desarmados pasamos los días con las engañadas ilusiones de un país imaginario, de una bandera imaginaria, de un mar imaginario.
Un día políticamente todo será una sola distancia, entonces se comprenderá que el mar siempre estuvo donde estuvo, esperando a todos para someterlos a su hondura, para casi como sin querer recibir su amor o su odio, y bañarlos, escudriñarlos, de vez en cuando entregarles algunos peces, o matarlos. Y esto sin discriminación de nada. Pues para eso no le preguntará el mar si usted es boliviano o chileno o de qué rincón llanero o serrano, simplemente estará como corresponde: gigantesco, maravilloso, atroz, monstruoso, líquido, impenetrable y salado. Pues todos queremos llegar al mar, que son las aguas espermáticas del planeta, ya que la vida, aunque usted no lo crea, surge en las aguas y vuelve a las aguas, en rito de alta magia, a las aguas primigenias de la Madre Natura.
Recuerdo la vez en que frente a frente he sentido la mirada del mar y he soportado su examen de hondura, que penetra más allá de la desnudez más desnuda, más allá del corazón, lugar en el que somos y también no somos nada. Nadie sabe cómo comportarse con semejante inquisición. Y después uno se sienta sobre la arena, toma una caracola, la coloca en la oreja y oye quedamente el susurro del mar, que también ama. Y ama tan violentamente que puede llevarse alma y todo a una población entera de súbito y sin permiso. A eso se le ha llamado Tsunami, y yo no sé porqué, pues tales actos no tienen nombre. Se dan porque se dan, son parte del mar. Aquella vez, en un arrebato de coraje, le he preguntado su nombre al mar. Y en lugar de respuesta se hizo un silencio. Un silencio de mar. Entonces supe que su nombre es sagrado y si se lo llama cómo se lo llama, o sea, mar, es para tener algo que decir, para sentirnos poderosos, a sabiendas que tal poder, en todo caso, le pertenece al mar.
Pero los hombres somos tercos y queremos poseer las cosas, sin saber que son las cosas quienes nos poseen, para luego tomarnos levemente, agostarnos, y luego de nuestra muerte intrascendente, deshacernos en polvareda innominada, que irá a convertirse en parte de las cosas.
Sudamérica, júbilo que me endiosa el pecho, por prestarme del maestro la frase inexplicable, está rodeada de mar por todas partes. Y si uno vive en el centro del subcontinente, no puede pretender que se traslade el mar para que uno lo disfrute a su lado, porque para ese estrambótico propósito serían necesarias no sé cuántas dragas, e incalculables cantidades de obreros, y gran tecnología, como la que tienen los gringos, y no sé qué cantidad de contadores, auditores, y otros para averiguar cuántos recursos económicos se necesitarían; y no se podría realizar esa hazaña porque además, ya se sabe, que quién hasta estas tierras sube, y esto hablando del mar, le alcanza el soroche, que no es una enfermedad, ni una maldición, sino una manera de ser de la montaña, que al igual que el mar tiene sus modos y maneras, es decir, fuerzas que ni se imaginan, pero ese es otro cuento, que aquí no se puede incrementar.Así que así, no podemos tener un mar interior en Sudamérica, salvo que sea un mar de voces, que no es un mar de agua sino un mar hecho de una lengua común y que se construye hija del portugués, el castellano y el guaraní, y el quechua, y el aimara, y el araucano, y tantos otros idiomas sudamericanos.
En suma, no se preocupe el ciudadano de estos lares llamados Bolivia, cualquiera de nosotros, para llegar al mar, gastará más o menos lo mismo en hacerlo, sin importar que el mar se dibuje políticamente o no en las fronteras del Estado. En mi caso, no encuentro otra diferencia de estar en cualquier orilla de los mares que abrazan Sudamérica que la que pudiese existir en mi relación con los sistemas de control o aquellos llamados cuerpos de fuerza, quiero decir con armas, digo, policía o militares. Y la diferencia estriba en que unos me pedirán documentos y los otros me perseguirán por impuestos o para callarme la boca, que para algunos podría parecer sucia y detestable.
Que si se perdió una guerra. Todos los que participan pierden en una guerra. La guerra es estupidez universal, que invade a las masas como les invade el fútbol, un artista de moda o cualquier saltimbanqui que los conmueve a rabiar. Pero la guerra no es trivial, la guerra es el aparato del odio y la loba de la ambición de los poderosos. Los otros no saben por qué pelean. Les han hecho creer que son del tal o cual lado, cuando, hablando la misma lengua, en cualquier otra circunstancia, probablemente se hubieran encontrado en una cantina o en festejo comunitario con cualquier pretexto, y se hubieran puesto a beber hasta la madre y hasta casar a la hija, y cantar canciones comunes, y cuántas tonterías más propias de los humanos. Y ¿de qué estamos debatiendo? de dibujar fronteras. Hablando en plata, que es como se hablaba en Potosí, el boliviano, no es tan diferente del chileno que lo haga de otra patria. Hoy en día hay aimaras chilenos y aimaras bolivianos, citadinos chilenos y citadinos bolivianos, hombres y mujeres chilenos y hombres y mujeres bolivianos, todos sudamericanos. Todos con las mismas apariencias y diferencias. Apenas nos diversifican los paisajes, que así nos diferenciamos los sudamericanos de provincia en provincia.
¿A quién le conviene administrar tal región en lugar de otra? Al grupo de los poderosos. ¿A quién le conviene poner militares en tal o cual provincia? A los poderosos. ¿Y quiénes son los poderosos? Los que lograron con artimañas más o menos mentirosas manipular los votos de la mayoría, que siempre, desde que somos lo que somos, está conformada por electores ignaros de gobernarse a sí mismos; para luego encaramarse en eso que es el potro del Estado. Este es un asunto de los poderosos. Nosotros los desarmados pasamos los días con las engañadas ilusiones de un país imaginario, de una bandera imaginaria, de un mar imaginario.
Un día políticamente todo será una sola distancia, entonces se comprenderá que el mar siempre estuvo donde estuvo, esperando a todos para someterlos a su hondura, para casi como sin querer recibir su amor o su odio, y bañarlos, escudriñarlos, de vez en cuando entregarles algunos peces, o matarlos. Y esto sin discriminación de nada. Pues para eso no le preguntará el mar si usted es boliviano o chileno o de qué rincón llanero o serrano, simplemente estará como corresponde: gigantesco, maravilloso, atroz, monstruoso, líquido, impenetrable y salado. Pues todos queremos llegar al mar, que son las aguas espermáticas del planeta, ya que la vida, aunque usted no lo crea, surge en las aguas y vuelve a las aguas, en rito de alta magia, a las aguas primigenias de la Madre Natura.
Gary Daher
1 Comments:
thank you
titanik 3d
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