Ciudad Íntima
Rubí Panoso interpretando Ciudad Íntima |
En 2002, la Alcaldía Municipal de Santa Cruz de la Sierra publicó un libro denominado Santa Cruz de la Sierra: Ciudad Íntima, que reunía poemas, relatos, cuentos, cuadros y ensayos sobre Santa Cruz. Bellamente, un grupo de teatro resucitó el concepto y a través de un guion lo está poniendo en escena en las Bibliotecas de la Red Municipal.
Aquí tiene para su lectura, el texto que me corresponde.
CALLE JUNIN
Así se muestra la calle Junín entre estos pasillos soportados por horcones, duros centinelas de madera añeja. Ya nadie los ve en los barrios, ausentes y olvidados, y menos en las villas donde las cabañas se levantan en medio de las calles erizadas de hierbas y arbustos desiguales. Estas maderas de fuerte quebracho que fueron los soldados de la ciudad. La ciudad que ha olvidado que la tal batalla de un lado y de otro enfrentaba a hombres armados –tú y yo también quién lo diría- ignorantes del desenlace, sin saber el porvenir, plagado de cercos de palmas en medio de la lluvia. Pero por donde quiera que se vaya las formas de la ciudad son la figura de la amada. La esfinge de la ciudad –ese oscuro laberinto de anillos y calles sin nombre- es también el cuerpo necesario para aparecer y desaparecer. Ese amor que se confunde y que es el grito de celo de esta Santa Cruz de la Sierra.
En esta misma Junín está el correo, allí donde nacen y mueren las cartas que un día te hicieron y te resucitaron. Cartas que hablaban de la seducción de las uvas maduras, de lo necesario que es vivir descalzo, como si su memoria regresara a las arenas cálidas de la infancia, cruzando, pantalón arremangado, los arroyos que se formaban después de las lluvias y tú eras apenas un presentimiento, un alma que recorría la fragancia y el garbo de las mujeres cruceñas, buscando un vientre para nacer. Y cuántas veces, yo también, ya alejado de toda esa tormenta, transito hoy por sus aceras, mientras otras cruceñas modernas, dueñas de su territorio, claramente reconocibles por su manera de andar y por su forma de mirar, van penetrando mi imaginario haciendo un coro de ángeles terrenos, virtud de la carne y del alma como en un paraíso adelantado.
Y todas las tardes que te amé en la casa de esta misma calle Junín, fieles a nuestra Carta Magna para amarnos sobre todas las cosas; quiero decir sobre las sábanas, enredados en el suelo contra el montón de ropa olorosa y recién lavada, temblando los dedos, avecillas ajenas tiritando entre las manos, entregados.
Por estas mismas paredes que nos vieron regresar ya profunda la noche, la oscuridad como una aliada, y la tenue luz de las estrellas derramada apenas por el borde de las ramas un poco desnudas de los cupesíes, miro pasar el silencioso transformarse de las casonas que se van haciendo tiendas de lujo, de las viejas ventanas de palo, de las pitajayas que crecían sobre antiguas tejas de barro. Si hasta el arrabalero comedor “La media vuelta”, lugar de inmigrantes, ha desaparecido, la calle Junín ya es otra calle, también lo es esta ciudad, que día a día se abre y cierra como una amante desquiciada. ¿Dónde estás, oh transformada? No lo comprendo.
Esta ha sido la batalla ganada a los años,
perdida al destino, esta imagen que en mí esta grabada, calle Junín, ya no tan
solitaria, ninguna como tú, aunque también fueron manifiestas las otras, donde
los que estamos nos perdimos y nos encontramos. Así, quiero creer, la ciudad,
un día llena de agua y de barro, otro día llena de tiempo, guardará un
patiecito, acaso en esta misma Junín, un lugar bajo el tajibo, niña maga, los
labios temblando, la sonrisa tentadora, allá, en el dos mil y tantos, ya libres
de los vientos, allá, sigiloso, hundirme definitivamente entre tus brazos.
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