lunes, octubre 17, 2016

Mina de Oro

Vos probablemente nunca has sido minero. En una mina, especialmente si es de oro, todo está magnetizado. Hay un no sé qué en el ambiente. Y, cuando llueve, las cosas se paralizan, los caminos se desmoronan, nadie puede tomar ni una pizca del mineral, porque en estas zonas se pone gredoso, intratable y feroz.
Entonces sabe a gloria la llamada de la Ernestina con sus bateas de carne recién asada, y las bandejas de arroz y yuca. Los mineros bajan hasta la cocina y se sientan sobre los leños, resabios del embalaje de las grandes máquinas el tiempo que llegaron, que ya debe ser mucho por el sarro de sus soportes. Se ponen a comer primero en silencio gracias al hambre y luego eufóricos contando las hazañas de fulano y de zutano que cambiaron algunas pepitas recién lavadas por mujeres y bebida en la cantina de doña Marta. Mientras sus miradas se vuelven torvas porque saben que ellos no, ellos trabajan para el patrón, que el oro le pertenece a otro. Pero la avidez no muere y se masculla con las carnes que arrancan con furia de los costillares de res como un ritual de venganza sincopada.
Los mineros tienen sus hogares precarios en el pueblo, y a ellos regresan al final de la tarde, mientras los mosquitos azuzan. No tienen más anhelo que los alcoholes del viernes; pero los días de lluvia entran y salen sin oficio ni beneficio, y las mujeres resguardan el único rincón seco para sus hijos.
Los otros días, los días de sol, se ve desde lejos a los mineros de la planta afanados en medio de una polvareda de los mil demonios que te entra por las narinas hasta llegar a alguna parte del alma, entonces tus pocas luminosidades quedan atoradas y una oscuridad de codicia abarca las miradas. Se puede sentir en cada brazo la necesidad de las chispas de oro, que quedaron fijas en tus impresiones de cuando los garimperos bateaban con gran habilidad la rica arena y se iban depositando las pepitas sobre el sombrero de bronce.
Cuando el mineral ha sido procesado, la carga que se obtiene parece como si tuviera sombras, todos saben que es muy rica, que bastaría una bateada habilosa para convertirla en relucientes granitos del metal amarillo, que algunos van a colocar en sus cajas de plástico para venderlo en la ciudad, haciendo cola ante el joyero. Pero aquí el patrón manda mezclar la carga con mercurio, y el tambor gira que gira. Ahora bastará el fuego, el fuego del soplete para reducir todo a lingotes, riqueza inaccesible, apilada para llevar a Santa Cruz. Yo he visto surgir del fuego el río de oro. Todos conocen el sentido del oro, mientras la tarde se enfurece y llueve, acaso porque los espíritus elementales intentan frenar la rapiña de ese mineral tomado de sus dominios sin permiso y sin bendición. Vaya a saber quién, por qué caen los rayos y el cielo estalla en trompetas de trueno que hacen temblar hasta los huesos.
Entonces los ojos se bajan, se mira la tierra y comprendemos que ningún polvo es tan valioso, porque de él provenimos, y a él regresamos, inevitables, como material de desecho, colas de la gran minería del mundo, que no produce oro, sino que se devora a sí misma, para emitir las radiaciones que le corresponden, y donde nosotros no tenemos parte en el negocio, de modo que salimos urgidos, plomo de desecho, por su enorme alcantarilla.

viernes, octubre 07, 2016

La batalla de Ragnarok

La batalla de Ragnarok es un evento mítico. Un espacio destinado al triunfo del desconcierto: El mundo y los dioses condenados a la destrucción. Nadie puede vislumbrar los terribles inviernos que uno tras otro desolarán la tierra. Ni la espantosa guerra universal que con su viento de infiernos resolverá las ataduras de Loke, dios del engaño, de la mentira y del caos, y de Fenris, su turbio hijo lobo.
Este apocalíptico cuadro de la mitología escandinava traigo a la sazón de tanta estupidez organizada en el planeta.
Por una parte, están los oscuros manejos de los extremistas refugiados ahora astutamente en la religión musulmana y que se hacen llamar Daesh dispuestos a construir los más terribles actos de violencia, financiados por manos oscuras. Situaciones que bien podían ser parte de la famosa serie Juego de Tronos, que no por nada tiene tanto éxito, pues contiene todos los elementos que dibujan a la época: sangre, violencia, sexo, degeneración, fanatismo religioso, riqueza y luchas de poder.
Por otra parte, la interminable retahíla de enfermedades que nos dicen llegan desde el África, donde la gente se muere en grandes pandemias sin que conmuevan a nadie, y cuando digo nadie, me refiero a los medios de comunicación, grandes rameras del siglo XXI.
Los europeos y los estadounidenses se enredan en luchas políticas y avariciosas decisiones nacionalistas, como una máquina vieja que ya no sabe cómo funcionar mientras suena escandalosamente en todos sus engranajes.
Los rusos intentan recuperar su antiguo sitial de poderío, utilizando su rústica fuerza.
Mientras los chinos han edificado una estructura de acumulación de capitales, sin importar si son del Estado, de los líderes políticos, o de las personas privadas, a costa de un trabajo esclavista, que parece no tener fin.
En este panorama, los latinoamericanos seguimos a los unos o a los otros sin dar pie en bola, sin deshacernos de los patriarcas, y hablando de imperialismo, en medio del imperio de la prostitución política, el deseo ya no burgués sino corporativista, que disfrazado de movimientos sociales busca el enriquecimiento sin ninguna regla de sus miembros, la demagogia nuestra de cada día, y las reacciones de las clases opresoras desplazadas. Nada parece en su sitio, o mejor todo parece estar en el sitio listo para el horno de la debacle.
Una guerra total, la reacción del planeta ante el descalabro ecológico, hordas de hambre arrasando las ciudades, o epidemias creadas por la mano, mal llamada humana, pueden propiciar el fin. Así que Ragnarok no parece imposible.
En el final del fragor se verá a Surt –eso dicen- guardián de los fuegos de Muspell desde el inicio del tiempo, y liberando las sagradas llamas destruirá el mundo. El fuego purifica. El fuego vence. Destruido el mundo –asaz degenerado, asaz perverso- surgirá lo nuevo. Sobrevivirán los hijos. De Odín, Vidar y Vali, de Thor, Modi y Magni, mientras que los olvidados dioses Balder, dios de la luz y de la verdad y el ciego Hod volverán a la vida. Ellos se sentarán en la nueva tierra y hablarán del mundo pasado; en la hierba encontrarán las piezas del ajedrez de oro de los dioses.
Pienso en la batalla de Ragnarok, en Lif y Liftharsir, libres de las ramas del Árbol del Mundo, repoblando la tierra de rosadas criaturas.
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