miércoles, enero 27, 2016

Avatares del Cerdo II


Todo principio de año parece limpio como un cerdo recién faenado, y ante sus carnes rojas nuestro cuerpo se estremece con la idea de que el mundo es nuestro; mundo, que no es otra cosa que el tiempo.

Hay bendiciones, sin duda; aunque en el traspatio persisten las cotidianidades con deseos de estropearlo todo: inestabilidad laboral, incomprensión emocional, inseguridad del alma. ¿Qué pecado he cometido?, se pregunta aturdido el comensal. Mientras las piezas del cerdo se distribuyen cuidadosamente para ser embadurnadas en las salsas, unas dulces, otras ácidas, sabiamente amargas, las más estilizadas.

No hay que preocuparse, dice el disk jockey, ya vendrán tiempos peores. Y sentiremos pasar el carnaval. Las elecciones sinoescas, que no eligen nada. Pues, sin importar el resultado, todo quedará igual porque no existe proyecto alternativo a la dura economía extractivista que actualmente se aplica, destruyendo la tierra. Qué lejos quedaron atrás las pancartas de industrialización del 2003; mientras la mayoría se regodea con las migajas de los enormes dineros que vienen por vender poco a poco la casa.

Las fiestas santas tratarán de hacernos olvidar nuestra situación precaria, pero ya sabemos que aquí nada sagrado se acuna, pues la fiesta se establece con alcohol non sancto, emborrachando los días para olvidar, o para olvidar que olvido, como decía mi compadre el Patas Tristes.

Entonces imaginaremos que mayo, como si fuese Europa, es primavera, celebrando la alegría del cuerpo, dicen. Hasta aquí todavía el cerdo, adobado, podemos entender, se mantiene comestible, y danzamos la danza de la tierra como milagrosa juventud venida de no se sabe dónde.

Todo se irá con los vientos de agosto.

Pero este es el año del mono, nos dirá el horóscopo chino, un poco atrasado. Encima un mono de fuego. Y yo me pregunto si será por los infinitos puntos de calor que los atolondrados agricultores, o empobrecidos ciudadanos, generan con hogueras que producen incendios y revientan los bosques, y queman haciendas, y hasta fábricas, y a donde lleve el viento. Total, sin autoridad, sin vigilancia, la fiesta del fuego hace turumba. Quemando algunos cerdos de monte; Jochis, les decimos por Santa Cruz.

En septiembre, querremos zamparnos las presas, pero siempre devoramos con prisa, como si fuera a faltar. Y el mono que repite sin cesar sus bandos y sus ferias. Vaya uno a saber cuál es el color del calzón de la futura reina de la caña, que aquí viene a pasear sus linduras y provocar mentales fornicaciones en todos los cuarentones y otros maduros, casados o no, que meten sus narices de pasada por la Expo. Aquí todo se rifa para beneficiar con champán francés a unos cuántos que lucran sin parar ante la mirada estupefacta de un público que como una metafísica popular más de nuestro lenguaje boliviano, paga por que le permitan comprar.

Los meses de octubre y noviembre nos revelan que el cerdo se ha echado a perder, a causa de la humedad y la insidia, y no lo salva ni holloween con sus calabazas y varitas mágicas –un día yo me metí con unos brujos, prefiero no contar las consecuencias.

Así que ya es diciembre y el pobre animal está podrido. Lo echamos a la basura y preparamos la fiesta para faenar uno nuevo. Eso sí, hermoso y complemente fresco.
eXTReMe Tracker