lunes, noviembre 04, 2013

Las dos orillas del río Océano


Este texto fue publicado en el Norte de Castilla, España, durante el XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos al que asistí en Salamanca.



Puede que nuestra cotidianidad, inmediata, precipitada y fugaz, venga desnuda de ayeres, y por ese circunstancial motivo olvidamos que las voces poéticas que se pronuncian tanto en España como en América son voces de una misma fuente, pero cuyas orillas tienen riscos, ensenadas y playas diferentes, sin dejar por ello de saberse que cada ola viene de alguna manera como respuesta a otras, lejanas y aparentemente distintas.
En esta lengua poderosa que se ha dado en llamar español, aunque yo la prefiero castellano, que me suena a románticas torres de homenaje, llanuras insondables, y batallas de quijotes, ha sucedido, sucede y sucederá la poesía, expresando con gran fuerza la naturaleza de su decir.
Cuando dificultosamente, trepado en una piedra, aprendía a manejar bicicleta, la recuerdo negra marca Philips, la más pequeña que encontró mi madre en el mercado de feria de la ciudad, que en Cochabamba se llama La Cancha, no pensaba en Salamanca, pero si alguien me hubiese preguntado qué significaba para mí, hubiese dicho que Salamanca era algo así como un lugar de palacios donde todo el mundo sabía de todo, quizás por aquello de “Lo que natura no da Salamanca no presta”, que uno de niño no comprende pero quizás intuye en su lejana piedad como eso que es toda la enciclopedia, antes de darse de narices contra el piso por el escaso control sobre el manubrio.
Así que ahora vengo a un encuentro en Salamanca. Desprevenido me pregunto ¿Qué otro nombre de ciudad puede albergar la palabra con todo su contenido? Entonces comprendo que si el encuentro es la concurrencia de la palabra, Salamanca es el sitio, Salamanca es el lugar.
Aquí vale decir que éste no es una asamblea común, aquí se da cita la confluencia de la sangre, y la reunión de los vocablos y sus verbos dichos en castellano, con otros transmarinos que guardan dentro de sí el aliento de lenguas americanas, el quechua, el aimara, el guaraní. Ya desde Gómez Suárez de Figueroa, aquel cuzqueño, Inca Garcilaso de la Vega, donde el encuentro de la palabra se dio en la sangre de un solo hombre, y brindó a las letras, en decir de Mario Vargas Llosa, prosa bella y elegante; pero también sediciosa –al menos así se pensó en su tiempo- y peligrosa, pues alentaba el recuerdo, o lo que es lo mismo decretaba la muerte del olvido.
Así el río Océano ha sabido llevar de una orilla a otra las maneras y los ricos tonos de la lengua. Sabemos del poderoso encuentro entre Rubén Darío con los brillantes jóvenes Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle Inclán, su amistad con Mariano Miguel de Val como ilustración de cómo el río y la fuente son uno como la lluvia, para rescatar de que cada encuentro entre escritores guarda bellamente la amistad como una promesa, y finalmente como un hecho magno.
En ese ir y venir de las aguas del río, es precisamente Juan Ramón Jiménez quien va a transcurrir veinte años en Puerto Rico, donde deja 150.000 documentos de los cuales se calcula que un tercio es inédito. El epistolario contiene cartas a casi todos los miembros de la generación del 27, a escritores como Antonio Machado o Miguel de Unamuno, y del otro lado del Atlántico como Jorge Luis Borges o el mítico Ezra Pound. Los poetas se dicen y se penetran. Este también, el epistolario, es un encuentro que dice y rehace la literatura.
España en el Corazón de Pablo Neruda, y España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo enciende el sendero que nos recoge.Una guerra nos une, como siempre la sangre, la sangre derramada diría Federico, nos regresa.
Lejos ya de esas dolorosas horas, Salamanca ha sido lugar de los encuentros. Aquí la cita ha reunido poetas singularísimos, como lo es el recientemente fallecido Álvaro Mutis.
No menos ardua es mi comisión, ardua porque soy portador, como cualquier latinoamericano, de lo que se siembran en esa orilla, bosque hecho de las poderosas voces de la América Latina de final de siglo, Jaime Sabines, José Watanabe, Antonio Cisneros, Juan Gelman, Gonzalo Rojas o Blanca Varela. Y de Bolivia, la fuerza poética de Jaime Saenz, Oscar Cerruto, Blanca Wiethüchter, Jesús Urzagasti y tantos otros, pues mi país tiene como fibra principal de la literatura, la poesía.
Aunque poco se sabe más allá de nuestras majestuosas cordilleras y nuestras selvas amazónicas de los poetas bolivianos, una revista española “El Cobaya”, no hace mucho, publicó entre sus páginas poemas de tres poetas nuestros. Tan evidente es el aserto que colocamos, que un diario de Paraguay, país vecino de Bolivia, afirmaba como reacción a la dicha revista española: “La creación poética boliviana resulta ser una sorpresa en los nombres de Gabriel Chávez Casazola, Gary Daher y Pedro Shimose”; y quiero aseverar que ésta es menos que una muestra una grata embajada, de todos aquellos poetas que aun no han sido convocados, y que la lejanía de las fronteras ha puesto en bruma, pero que magníficos encuentros recupera, como este de Salamanca, que gracias a la gestión de Alfredo Pérez Alencart crece y se expande abarcándonos cada vez más en un abrazo de río.

 
 
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